La falta de pruebas y el secretismo soviético lograron que la muerte de Adolfo Hitler, en su bunker de Berlín en abril de 1945, se transformara en parte de toda una teoría conspiratoria que hasta la fecha seguimos sufriendo de versiones distintas.
La más común giraba en torno al escape del dictador alemán a Sudamérica donde pudo haber tenido una vejez tranquila y desahogada.
Dos factores incrementaron estas ideas: por una parte, los esbirros de Hitler hicieron todo lo posible de destruir su cadáver luego del suicidio de éste por lo que sólo se conservaron apenas algunos fragmentos óseos y de dientes.
Por la otra, los soviéticos se apropiaron de estos restos y nunca permitieron que especialistas occidentales los estudiaran.
Ahora ha cambiado: el servicio secreto ruso permitió que un grupo de científicos franceses hicieran un análisis de los restos; estos llegaron a la conclusión de que pertenecieron a Hitler y que éste murió en 1945.
Se llegaron a estas conclusiones luego de comparar un fragmento de cráneo con una radiografía realizada un año antes de su muerte.