Marco Catalán Cabrera fue a visitar a su familia en Chilpancingo en las fiestas de fin de año y desapareció tras ser detenido por policías municipales. Su cuerpo y el del amigo que lo acompañaba en el momento del arresto fueron encontrados días después con huellas de tortura. No son los únicos jóvenes que desaparecieron durante las celebraciones de diciembre a manos de la policía. Entre el 24 y el 29 de diciembre, cinco más fueron levantados por agentes. Tres de ellos ya fueron localizados por sus familiares y otros dos siguen desaparecidos.
Familiares, amigos y activistas locales denuncian que en todos los casos participaron agentes del Ayuntamiento de Chilpancingo y ministeriales, del Gobierno del Estado de Guerrero.
“Creemos que los cuerpos ya habían sido enterrados, pero debido a la presión social, por ser un chavo muy conocido, pensamos que los desenterraron para hacer aparecer los cuerpos”, cuenta la amiga de Marco. Catalán, de 34 años, vivía en Cuernavaca, en el Estado de Morelos, donde tenía un bar. “Era chef y trabajó un tiempo en el estadio Azteca en la Ciudad de México”, añade.
Tres días antes de la desaparición de Catalán y Vázquez, ocurrió otro levantón. Alan Alexis, Juan Miguel y Héctor Josué, de 20, 16 y 15 años, fueron secuestrados por policías mientras caminaban por una calle de Chilpancingo y posteriormente entregados a agentes ministeriales de la Fiscalía estatal. Julia Alonso Carvajal, defensora de derechos humanos, asegura que hay un testigo que vio a los tres jóvenes golpeados en las instalaciones de la Policía Ministerial en Acapulco, a poco más de 100 kilómetros de Chilpancingo.
“Los papás me dijeron que un señor que había estaba detenido ahí vio a los muchachos golpeados en una celda. Cuando iba a ser liberado, uno de ellos le pasó un teléfono escrito en un jabón y la esposa de este señor llamó a ese teléfono y se contactó con la novia de uno de los tres muchachos; por eso se pudieron salvar”, cuenta la activista.
Ante la pista, los padres se trasladaron a Acapulco. La activista acudió a las instalaciones de la ministerial con ellos y les pidió a los agentes que liberaran a los jóvenes. “Yo los quiero para mañana –les dijo–, no sé dónde los vayan a dejar, pero los quiero vivos porque ustedes están metidos en un serio problema por solapar a policías municipales y están siendo cómplices de desaparición forzada”, relata Alonso. Al día siguiente, el 3 de enero, dos de los tres desaparecidos fueron encontrados vivos en un terreno baldío contiguo al Palacio de Gobierno en Chilpancingo. Estaban atados de manos y golpeados.
Efraín Patrón Ramos conducía su coche el 29 de diciembre sobre una de las avenidas principales de Chilpancingo cuando agentes municipales le indicaron que se orillara. La familia sabe que el último contacto del joven de 24 años fue con unos policías municipales, porque en ese momento hablaba por teléfono. “Iba hablando entre las 3.40 y las 4 de la madrugada con una amiga y le dijo: ‘Permíteme, me acaba de parar la municipal’. Ella escuchó que le pidieron los papeles del carro y de pronto se cortó la llamada. Le volvió a marcar, pero ya no contestó”, cuenta Natividad Patrón, hermana del desaparecido. Desde entonces no se sabe nada de él y las autoridades no han hecho nada, pese a que hay videos de las cámaras de seguridad instaladas en la zona donde se observa que los agentes lo suben a una patrulla. “Ya presentamos la denuncia en la fiscalía, pero no nos han dado ningún resultado. El fiscal ni siquiera una llamada nos ha hecho”, se queja la hermana.
Otro de los siete desaparecidos es Abel Aguilar García, un joven de 18 años que estudiaba la preparatoria en Chilpancingo. Aguilar salió la mañana del 23 de diciembre de la casa del estudiante con rumbo a su trabajo en una frutería, pero no llegó. Pioquinto Damián Huato, líder de los empresarios locales en Chilpancingo y quien ha estado en contacto con la familia, cuenta que existe la sospecha de que fue levantado por policías locales porque desapareció en el mismo punto donde agentes interceptaron y raptaron a Efraín Patrón. “Él alternaba sus estudios con un trabajo, y ese día, a las 6 de la mañana, caminaba a tomar un transporte que lo llevaría a su trabajo. Su familia cree que pudieron haber sido policías”, expone.
Con información de El País
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