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Ciertas propiedades intelectuales del mundo cinematográfico prácticamente exigen una renovación. Si bien nadie considera buena idea el “remake” de clásicos como ‘Lo que el viento se llevó’ o ‘Casablanca’, muchos aficionados al cine sí expresan el deseo de ver lo que los avances en tecnología pueden lograr con ciertos géneros que, al menos en su momento, no pudieron echar mano de mayores recursos para cimentarse en los anales de los clásicos intocables.

Por fortuna llega a nosotros ‘Jumanji: En la selva’ (‘Jumanji: Welcome to the Jungle’, d. Jake Kasdan), una producción que sigue los pasos de la ‘Jumanji’ que popularizó Robin Williams en 1995, pero con marcadas actualizaciones de realismo. Mientras que la original (y el libro del que se derivó la historia) hablaban de un juego de mesa encantado, capaz de traer a nuestra realidad la palpable amenaza de cazadores feroces, nativos en pie de guerra, estampidas de rinocerontes y simios beligerantes, en esta ocasión conocemos la naturaleza fantástica de… un videojuego retro.

Así es, cuatro adolescentes que están castigados en detención escolar terminan encontrando una extraña consola de 8-bits que contiene este peculiar juego. Todos eligen un “alter ego” o “avatar” para participar en la aventura y ¡listo! Venga la diversión en su forma más arcaica. El problema es que lo que pretenden jugar no se queda en la pantalla, sino que ellos mismos transportan sus psiques hacia las formas físicas de los personajes elegidos, con resultados obviamente hilarantes.

Cada uno de los arquetípicos jóvenes adopta una igualmente estereotípica identidad, con la suerte de que los productores eligieron a actores famosos para darles vida a estas manifestaciones virtuales. El retraído nerd del grupo adopta la personalidad del Dr. Smolder Bravestone (Dwayne Johnson), una montaña de músculos con fuerza sobrehumana y una mirada intensa que derrite a cualquiera. El fornido atleta ve su físico amarrado al del insignificante Mouse Finbar (Kevin Hart), quien forzosamente se pregunta dónde quedó el resto de su cuerpo al verse metido en un mequetrefe que apenas rebasa el metro y medio de estatura. La chica popular tampoco corre con mucha suerte, pues queda encerrada en el cuerpo del profesor Shelly Oberon, un inteligente investigador naturalista forrado en la gordinflona figura de Jack Black. Y hablando de figuras, la tímida chica del grupo es ahora una amazona de piernas eternas y habilidad inusitada para el combate, que responde al nombre de Ruby Roundhouse (Karen Gillan), alguien que se pregunta por qué tiene un diminuto y revelador atuendo en una selva llena de mosquitos y demás ponzoñas.

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El videojuego les ofrece tres vidas (¡como en las consolas reales!) a cada uno de nuestros héroes, y la experiencia de malgastar algunas de las mismas constituye una instancia legítimamente hilarante. El humor de esta ‘Jumanji’ es particularmente efectivo, pues respeta con inteligencia el entorno de los videojuegos clásicos sin alienar a quienes son aficionados casuales. En un juego es natural conocer las capacidades y debilidades de los personajes con miras a aprender la mejor forma de ganar mediante su control. ¿Por qué no deberían intentar esto mismo en la personificación mágica de este entorno?

La película se rodea también de otros personajes perfectamente logrados. El villano es el siempre efectivo Bobby Cannavale, con sus manerismos exagerados y sus pronunciamientos de grandeza, mejora prácticamente todo proyecto donde haga acto de presencia. Rhys Darby es “Nigel”, lo más cercano que tenemos en el juego a un instructivo o una guía, pero con la enfadosa proclividad a desaparecer cuando más se le necesita. Y Nick Jonas sobresale como Alex, un chico que empezó a jugar a mediados de los años 90 y que quedó irremediablemente atrapado en este mundo virtual, como un recordatorio constante del destino que puede afectar a nuestros protagonistas.

El resto de la película sigue por derroteros que no son terriblemente originales (algunos incluso son meras apologías a la cinta previa), pero que se sostienen sin ningún problema sobre el inmenso carisma de sus actores y de los diálogos ágiles de Chris McKenna y Erik Sommers. El filme sabe cuáles son sus fortalezas y debilidades, pero nunca abusa hasta al cansancio de las primeras y aprende a aprovechar las segundas para engrandecer su trama y su potencial humorístico.

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El bombardeo de cultura pop termina empaquetando a ‘Jumanji: En la jungla’ como un atractivo producto que trasciende generaciones. Su propuesta es relajada y accesible, mientras que su ejecución confía en el ritmo de las interpretaciones y en los múltiples “gags” visuales que permite un mundo creado por computadora… intencionalmente. Una de las razones por las que muchos deseaban una nueva versión de ‘Jumanji’ era por borrar de la memoria colectiva los mal envejecidos efectos por computadora que en su momento provocaron admiración, pero que ahora dan risa y un poco de pena ajena. El director Kasdan, en lugar de presentarnos imágenes enfadosamente realistas, también procura vendernos el aspecto kitsch de un producto no necesariamente perfecto al 100 por ciento.

Resulta claro que la crisis de ideas originales sigue y seguirá afectando a Hollywood por un rato, pero mientras los conceptos reciclados ofrezcan una historia tan graciosa como emotiva, resultará difícil quejarse. Los personajes deben aprender a vivir en cuerpos que no les pertenecen, así como la audiencia debe aprender que no todas las versiones actualizadas están desprovistas de mérito. Quizá hayamos perdido el encanto “retro” de un juego de mesa clásico, pero lo recuperamos con creces a través de los añejos gráficos de una consola reminiscente de nuestros primeros encuentros con Nintendo. Esto es nostalgia bien utilizada… y quizá la base de acción que encienda el interés por una bien ganada secuela.

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He dirigido revistas como Men'™s Health, ESPN Deportes y SOBeFiT, pero mi pasión es ver, analizar, diseccionar, eviscerar y disfrutar pelí­culas, tanto en el podcast Finí­simos Filmes como en diversas colaboraciones y columnas. Maté a un hombre en el ring. OK, quizá no, pero serí­a una gran historia'¦