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Hay mitos que requieren contarse una y otra vez para nuevas generaciones. La saga del mítico Rey Arturo y sus Caballeros de la Mesa Redonda es una de ellas, pues sus conceptos clásicos de honor, lealtad y lucha del bien contra el mal difícilmente pasan de moda. Sin embargo llega un momento en el que tenemos que preguntarnos si ver una nueva versión de una historia clásica aporta algo al cine que no sea una visión meramente estilística.

Esta pregunta surge una y otra vez al ver ‘Rey Arturo: La Leyenda de la Espada’ (‘King Arthur: Legend of the Sword’, d. Guy Ritchie), la última adaptación del mito en torno al noble rey y sus fieles compinches, donde el previamente reverenciado director inglés (quien comenzó a perder sus “poderes mágicos” poco después de casarse con Madonna) decide lanzar por la borda muchos de los toques clásicos de la historia para sustituirlos por clichés de películas modernas de gángsters ingleses y escenas probablemente inspiradas por portadas de discos de heavy metal.

La historia parte de un conflicto (aparentemente ancestral) entre los reyes humanos y los hechiceros. La premisa promete, pues nos muestran al noble soberano Uther Pendragon (Eric Bana) repeliendo una invasión donde tiene que combatir con elefantes del tamaño de un buque transatlántico (no, no es broma). Uther derrota al adversario, pero al parecer su éxito es motivo de envidia para su hermano Vortigern (Jude Law), quien procede a traicionarle y darle muerte.

En medio de este nefasto acontecimiento el pequeño Arturo, apenas un niño de brazos, es colocado en una endeble canoa que le lleva al viejo Londinium (Londres actual), donde es criado por un grupo de prostitutas de corazón de oro. En un apresurado montaje muy a lo Ritchie vemos a Arturito crecer, juntar monedas de oro que esconde en cofres ocultos entre la mampostería, recibir paliza de niños abusivos, mirar cómo se entrenan en combate unos jóvenes locales al mando de un sensei convenientemente oriental, juntar más monedas, recibir menos palizas, aprender a pelear, defender a las prostitutas… un curso intensivo en desarrollo de futuro héroe, vamos.

El tiempo pasa y el ahora Rey Vortigern rige al país con mano de hierro. Sabe que su sobrino escapó, y que algún día podrá volver a reclamar el trono, pero él se vale de hechicería y de unas monstruosas criaturas mitad sirena, mitad pulpos en su tinta, para calcular sus acciones en caso de que Arturo regrese. Pero Arturo no tiene pinta de querer regresar a nada: él sigue muy feliz rodeado de su grupo de amigos pelafustanes y viviendo sin más preocupaciones que sobornar ocasionalmente a algún emisario local de la Guardia Negra, el temible ejército leal a Vortigern.

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¿Pero en qué momento salen los preciados caballeros de leyenda? ¿Dónde están Lancelot, Gawain, el Mago Merlín? ¿O los tradicionales villanos como Mordred y Morgana? Pues de los caballeros ni sus luces, Merlín al parecer está como retirado o algo (se aparece con forma de águila, según medio entendí), Mordred murió en medio de la confusa secuencia de apertura y Morgana me imagino que se perdió cuando mandaron fotocopiar el guión. No, este Arturo viene “de las calles” y es mejor para las trompadas que para los duelos con lanza y escudo. Un Arturo urbano, a decir verdad. No, sigue sin ser broma…

¡Recórcholis! Un innecesariamente complicado lío argumental pone a Arturo en un bote como cautivo del rey, donde es forzado a intentar sacar la mítica espada Excalibur que se encuentra enterrada en una gran roca y que designará al legítimo monarca. Y claro, él la saca, la gente se apanica, termina en las mazmorras, pero luego se escapa gracias a unos señores leales al legítimo heredero y… no sé. Esta película es un desastre. Desastre millonario, con impactantes escenarios (naturales y otros no tanto), apreciable inversión en efectos especiales, un cuadro actoral legítimo, pero desastre al fin y al cabo. El distintivo sello de Guy Ritchie sigue ahí, como mostró en ‘Juegos, Trampas y Dos Armas Humeantes’ y ‘Snatch: Cerdos y Diamantes’, pero la narrativa nunca fue su fuerte. Y aquí se nota de sobra.

La función de los dichosos magos, cuya mera existencia está prohibida, nunca queda aclarada satisfactoriamente, así que tenemos a una misteriosa hechicera de las fuerzas básicas (Astrid Bergès-Frisbey) en vez del barbudo Merlín. Los compinches de Arturo son bien etno-inclusivos pues hay un negro, un asiático, un eslavo y un árabe (les falto un mexicano, claro), pero ninguno resulta interesante para la trama, y parecen sólo servir de carne de cañón o para ponerles apodos chistosones. El rollo de que la espada es importante es importante por mera mención, nada más. No hay explicaciones claras del por qué, o cómo adquirió dicha arma tal importancia. Pero eso sí, todo se ve muy loco y modernillo.

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Reimaginar historias clásicas con tintes de actualidad pone a ciertos filmes en un delicado terreno al borde de la comedia, y quizá este sea el mayor problema en torno a ‘Rey Arturo’: se toma a sí misma demasiado en serio para caer en la comicidad, pero resulta demasiado risible para interesarnos por sus personajes y trama. Law es un buen villano, pero sus motivaciones son totalmente nebulosas. En el reparto reconocerás a un par de rostros familiares por la serie ‘Juego de Tronos’, pero mientras que a esos caballeros les crees todo con dos líneas de diálogo aquí parecen estar aguantándose la risa entre tomas.

El desenlace de la película es quizá lo peor: un duelo mano a mano en medio de una tormenta donde hay fuego, explosiones al por mayor, choque de espadas, ruido, recuerdos del pasado, todo filmado de manera confusa e inconexa. Y reitero, como portada de un disco de Black Sabbath esta obra funcionaría muy bien, pero a lo largo de 126 minutos se hace de lo más pesada.

Lo siento Guy Ritchie: en alguna ocasión pensábamos que eras una especie de Tarantino inglés, pero luego te quedaste atrapado en una maquinaria de “blockbusters” gracias al éxito obtenido cuando reimaginaste a Sherlock Holmes. Ahora vives de una fama que te permite incluir “cameos” simpáticos en tus películas (¡David Beckham! ¡Poppy Delevingne!), pero se te olvidó contar historias. Si se tratase de una sola película, no pasa nada. Pero aquí la intención era formar una nueva franquicia, y sinceramente dudo que esto suceda tras semejante tropiezo.

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He dirigido revistas como Men'™s Health, ESPN Deportes y SOBeFiT, pero mi pasión es ver, analizar, diseccionar, eviscerar y disfrutar pelí­culas, tanto en el podcast Finí­simos Filmes como en diversas colaboraciones y columnas. Maté a un hombre en el ring. OK, quizá no, pero serí­a una gran historia'¦