Digamos algo a favor del ejecutivo que dio aprobación final para la realización del estreno grande de esta semana: rehacer una película que ganó 11 premios Oscar, cimentó la carrera de Charlton Heston como leyenda de Hollywood y que además cuenta con una de las secuencias de acción más emblemáticas en la historia del cine requiere de tenerlos bien puestos. Es, esencialmente, una invitación abierta al fracaso.
Aun así, alguien decidió que era una gran idea el contar con una nueva versión de ‘Ben-Hur’ (d. Timur Bekmambetov), la más reciente desde que el realizador William Wyler arrasara con los premios gracias a su larguísima película (tres horas y media) en 1959. En esta ocasión contamos con una cinta algo más breve (apenas rebasa las dos horas), con mayor énfasis en las relaciones humanas que en el enfoque religioso y con estrellas menos conocidas. Una vez templadas las expectativas, comencemos el análisis…
Este filme muestra de inmediato el tono al situarnos en una carrera de carros tirados por caballos, simbolizando la rivalidad entre dos hermanos: Judah Ben-Hur (Jack Huston) y Messala Severus (Toby Kebbell). Pese a que la competencia termina en un accidente y en un noble acto de amor y respeto entre ambos, intuimos que esto es sólo un augurio de lo que el futuro les depara. Judah es un príncipe criado en un mundo de privilegio y admiración, mientras que Messala no puede superar el hecho de ser el hijo adoptivo en ese opulento hogar judío. Al paso de los años termina por alistarse en el ejército romano, en parte para alejarse del mundo donde se siente relegado, pero también para buscar gloria y una identidad propia.
Los hermanos se reencuentran después de un tiempo en circunstancias tensas, y la familia Ben-Hur se ve involucrada en un terrible escándalo político donde Messala tiene en sus manos la opción de interceder a su favor o de condenar a quienes alguna vez le dieron un hogar. Pero la guerra y su nuevo status como favorito de las huestes de Roma le han hecho cambiar, y el consecuente acto de traición termina en tragedia.
Judah pasa de ser el hijo del privilegio a remar en una galera como un esclavo más, sometido a privaciones, sufrimiento y añoranza, pero también con el alma encendida por el espectro de encontrar revancha contra el hombre a quien alguna vez consideró su hermano. En el transcurso de esa travesía se topará con Ilderim (Morgan Freeman), un hombre que le ofrecerá la oportunidad de escapar de la esclavitud para convertirse en conductor de cuadrigas: esos carromatos tirados por cuatro caballos que, lógicamente, le pondrán a su vez en una ruta directa hacia un encuentro cara a cara con Messala. Vamos, no estamos arruinándote la sorpresa: Una ‘Ben-Hur’ que no culmine en una violenta carrera es como una fiesta de cumpleaños sin pastel.
¿Pero qué ocurre más allá de nuestros dos protagonistas en discordia? Aquí es donde el director Bekmambetov se topa con algunos problemas. Fuera de los dos protagónicos y de las breves intervenciones a cuadro de Freeman (quien pasa más tiempo como narrador), no hay mucho desarrollo de personajes en el entorno. Hay tres roles femeninos magníficamente actuados por Nazanin Boniadi, Ayelet Zurer, y Sofia Black-D’Elia, quienes interpretan respectivamente al interés amoroso de Judah, a su madre y a su hermana, pero son tratadas con menos atención que un bigotón soltero en el restaurante donde están festejando el Día de las Madres. Básicamente parecen estar presentes para justificar ciertas escenas dramáticas, pero no van más allá.
El tono religioso también está más atenuado en esta versión que en las anteriores. Rodrigo Santoro aparece como Jesús de Nazaret, en intervenciones que se sienten inspiradas y no demasiado intrusivas o moralistas, pero de pronto parecería que el guionista se olvidó originalmente de escribir sus escenas y que las tuvo que añadir de último momento.
Pese a lo anterior, hay que confesar que la moderna ‘Ben-Hur’ hace más cosas bien que mal. De entrada debemos resaltar el trabajo de cámara que es el fuerte del realizador ruso desde los inicios de su carrera. No sólo contamos con una climática carrera de cuadrigas que es tan frenética y brillante como las mejores escenas de cualquier ‘Rápidos y Furiosos’, además hay una batalla naval desde el punto de vista de un remero que describe a la perfección el sentimiento ominoso ante la furia del mar y de una armada enfurecida. En este punto no hay queja alguna.
Mucho se habla hoy día sobre los remakes y refritos que tanto le gustan a Hollywood, pero no debemos olvidar que la laureada ‘Ben-Hur’ protagonizada por Heston no era la primera adaptación de la novela de Lew Wallace. Sonará a sacrilegio, pero desde el punto de vista técnico (y en ocasiones narrativo), esta última versión supera en múltiples ocasiones a su predecesora. Las interacciones entre Huston y Kebbell tampoco deben pasarse por alto: ambos son actores de probada capacidad y logran convencer en sus respectivos roles, pese a que la historia apuesta más por el espectáculo visual que por el enfoque humano.
¿Necesitábamos una nueva ‘Ben-Hur’? Me parece que responder “no” sería asumir que las nuevas generaciones están plenamente identificadas con la versión de Heston, algo que suena poco probable. Esta película no tiene aspiraciones de llenar de premios los anaqueles de sus productores, pero ofrece una narrativa ágil y una mirada fresca a temas poco explorados desde el auge de las producciones de “espadas y sandalias”. Dicho de otra forma: vale la pena subirse a estos carromatos aunque los caballos estén por desbocarse.
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He dirigido revistas como Men'™s Health, ESPN Deportes y SOBeFiT, pero mi pasión es ver, analizar, diseccionar, eviscerar y disfrutar películas, tanto en el podcast Finísimos Filmes como en diversas colaboraciones y columnas. Maté a un hombre en el ring. OK, quizá no, pero sería una gran historia'¦