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“Si quieres vamos a platicar sobre las interpretaciones de Nietzsche, pero no quiero hablar de la muerte de dios, del eterno retorno ni del superhombre.” Así comenzó mi primera entrevista formal con la máxima autoridad en cuestiones nietzscheanas que habita mi patria, el buen Herbert Frey. No se explica demasiado a sí mismo, pero me hizo entender que hay otros temas más importantes como la tragedia, lo dionisiaco, el erotismo, occidente, así como las diferentes interpretaciones que del filósofo de Röcken puedan surgir, en tanto son interpretaciones sobre todo de nuestro mundo.

Contrariando ese principio, me permitiré retomar el más breve pasaje del Zarathustra para ilustrar la gravedad de lo que sucede, arriesgando fallar en la proeza de “desdramatizar” el ya viejo y apestoso fallecimiento de un dios que ya es hasta ética y moralmente inútil.

El santo se rió de Zaratustra y dijo: ¡Entonces cuida de que acepten tus tesoros! Ellos desconfían de los eremitas y no creen que vayamos para hacer regalos. Nuestros pasos les suenan demasiado solitarios por sus callejas. Y cuando por las noches, estando en sus camas, oyen caminar a un hombre mucho antes de que el sol salga, se preguntan: ¿adónde irá el ladrón? ¡No vayas a los hombres y quédate en el bosque! ¡Es mejor que vayas incluso a los animales! ¿Por qué no quieres ser tú, como yo, un oso entre los osos, un pájaro entre los pájaros?

«¿Y qué hace el santo en el bosque?», preguntó Zaratustra.

El santo respondió: Hago canciones y las canto; y, al hacerlas, río, lloro y gruño: así alabo a Dios. Cantando, llorando, riendo y gruñendo alabo al Dios que es mi Dios. Mas ¿qué regalo es el que tú nos traes?
Cuando Zaratustra hubo oído estas palabras saludó al santo y dijo: «¡Qué podría yo daros a vosotros! ¡Pero déjame irme aprisa, para que no os quite nada!» Y así se separaron, el anciano y el hombre, riendo como ríen dos muchachos.

Mas cuando Zaratustra estuvo solo, habló así a su corazón: «¡Será posible! ¡Este viejo santo en su bosque no ha oído todavía nada de que Dios ha muerto!»”

La muerte de dios en Nietzsche expone la decadencia y fin de un código moral que dictaba desde al más alto de la jerarquía hasta al más humilde de sus adeptos. La ley divina era fundamento constitucional muy por encima de las teorías iusnaturalistas, contractualistas o rawlsianas que después rigieron el estudio de la política. Insistir en que una sociedad siga un código por más de 2000 años es una locura y un reto. La credibilidad de su discurso está mermada: mientras una corriente genera uno inclusivo para fortalecer su base de creyentes y posibilitar la evangelización de una sociedad postmoderna (ojo, que sí tiene derecho a un rumbo o cura-teleológica, ética, espiritualidad y nadie niega eso), la otra corriente busca restringir a quienes ya están dentro para mantener la solidez e integridad de su valio$í$imo discurso.

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La cosa no para ahí, con relativamente poco esfuerzo, Michel Foucault explicó cómo la fórmula nietzscheana iconoclasta se puede aplicar a todo discurso, que en el fondo sin duda es de poder. Por eso es mejor confiar en un poder expuesto, que se declara como tal y en ello define su finalidad y gana (o no) credibilidad. Así como en la democracia moderna.

Dios murió o no sirve de nada, particularmente ese dios que critica tan bien este compartido video de West Wing. El dios que se opone a la igualdad entre los iguales, independientemente de sus preferencias.
Los zombis del pasado 10 de septiembre violan el discurso de amor, humildad y caridad católica, infringen la ley en tanto se oponen a disposiciones legales, ignoran que su derecho de manifestarse es inferior al derecho de ser de otros… Son el mejor ejemplo de esa pestilencia, que no va ya ni de acuerdo con lo que ese dios fue. Tampoco recogen lo que de su doctrina podría rescatarse: como el amor al prójimo, toda la retórica de la segunda parte del discurso de AMLO, etc.

Así también las mujeres debaten todos los días contra injustos discursos de poder machistas que buscan asirse a viejas costumbres e instituciones para mantener una superioridad individual que se vuelve colectiva y esclavizante para ambos géneros.

Los partidos políticos calculan sus decisiones basados en una lógica de encuestas en lugar de pensar en principios éticos, morales o civiles… por eso Morena, hasta hoy 13 de septiembre de 2016 no puede dar una postura al respecto de dar los mismos derechos a los iguales. Y por eso el PRI abandona una iniciativa con la (indefendible) disculpa de que perdió una elección y se quedó solo.

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El Papa a dos caras juega la de pedir perdón pero comanda “hacer lío” con este tema del “llamado matrimonio igualitario” (aguas, este señor es el que comandaba las cruzadas hace no mucho tiempo.) La iglesia se sabe dividida y es incapaz de presentar un consenso antes de provocar una confrontación. El clero y el estado frenaron durante años el desarrollo de expresiones civiles, culturales, periodísticas y artísticas. Pueden preguntar por Avándaro y toda la era fallida del rock metalero nacional. O cuando no se podía airear la Novia Pechugona de La Trinca, pero en las clásicas se oía “Ha, ha, haciendo el amor, el amor…”

Los católicos en México usurparon también el poder mediático al amedrentar con publicidad a quien tratara los casos de pederastia en la iglesia católica, historia que marcó el inicio del fin del Canal 40. No fue sino hasta tiempos de Círculo Rojo cuando Televisa aprovechó los escándalos de pederastia en EE.UU. para hacer un programa que seguramente (no me consta) también fue sancionado por el clero y sus millonarios adeptos.
Nada sorprende.

El súper-yo es imposible como modelo, es un proyecto ético personal. El eterno retorno es también una fórmula ética que permite dar a cada instante y cada acción un valor infinito. Preguntaba el Rey Lagarto: ¿Tu vida es tan interesante como para hacer una película?, Nietzsche añadiría: ¿Cada instante de tu vida vale vivirse eternamente?

¿Cabe entonces en la ética que un supremacista pise a otro por toda la eternidad?

No está en mí darle el avión al impecable discurso del rector de la Ibero (como hace Zarathustra al Santo de Asís), pero me apena reiterarle: ¿Por qué queremos defender la existencia de un mundo que terminó hace cientos de años, por qué tratar de entender y explicar el mundo desde perspectivas anacrónicas y/o abyectas? Jamás creí ver esto en mi “postmoderna vida”… menos aún llegar a los cuarenta y que la gente siguiera creyendo en el muerto colgado en la pared. Quizá leí a Friederich muy joven.

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