Donald Trump ahora como presidente de la nación más poderosa del mundo, continúa su discurso de campaña al afirmar que protegerá sus fronteras de los estragos que causan otros países a los que acusa de robar sus fábricas y destruir sus empleos.
Si dichos “estragos” fueran ciertos, nuestro país estaría posicionado como un líder supremo que impone sus intereses en el TLCAN o roba fábricas y mano de obra estadounidense descaradamente. La realidad señor Trump, es que fueron las propias empresas e inversionistas norteamericanos los que por propia conveniencia y voluntad, trasladaron las industrias y empleos a otras regiones del mundo.
En los años noventa, el gobierno mexicano buscó negociar a toda costa un acuerdo comercial con Estados Unidos como una vía para amarrar en un tratado internacional las reformas liberales de los años ochenta, sin importar que por ello se pagara un costo muy elevado. Renunció al tratamiento que en la negociación de acuerdos se otorga a los países menos desarrollados, abrió su mercado más intensa, amplia y aceleradamente que los Estados Unidos y recibió menores ventajas arancelarias del vecino país del norte que las que éste recibió de México.
Prácticamente todas las exportaciones mexicanas a los Estados Unidos entraban libres de aranceles o con aranceles cercanos a cero. Por ello, el presidente Bill Clinton, al explicar por qué firmaba el TLCAN, dijo claramente: “nuestro mercado está abierto a favor de México, pero a nosotros el TLCAN nos abre el mercado mexicano”.
A través de los años, nuestro país ha ganado volumen comercial mediante el TLCAN y fuera del mismo, pero a un gran costo. De acuerdo con SAGARPA, 90 por ciento del maíz que se consume en México es proveniente de Estados Unidos, mientras que 80 por ciento de la cosecha mexicana se exporta a Europa, lo que obviamente no forma parte del tratado norteamericano, provocando la disminución de nuestros precios pese a su calidad para lograr la venta.
Como resultado de esto, el impulso a los productores mexicanos de maíz ha sido poco favorable, internamente ha faltado desarrollar infraestructura, propiciar condiciones de competitividad, otorgar mayores apoyos e impulsar el consumo interno.
No, no todo ha sido favorable para México. Quizás en lo único que Trump tiene razón es cuando afirma que en el comercio con México, los Estados Unidos conservaron un déficit. Esto es cierto, pero también es resultado de falsas proyecciones estadísticas, ya que buena parte de las exportaciones de manufacturas mexicanas hacia ese país son comercio intrafirma; es decir, se realizan al interior de empresas que están bajo la misma estructura organizacional y de propiedad del capital entre matrices y filiales o subsidiarias, de esta manera, las trasnacionales actúan como vendedor – comprador a través de la casa matriz y sus filiales buscan la optimización de beneficios y la minimización de costos operacionales. Bajo este esquema, México importa de empresas estadounidenses al exterior como Japón, China, Brasil e India, componentes que integra y luego reexporta con un mínimo procesamiento a los Estados Unidos.
Por ejemplo, de acuerdo con datos de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (SAGARPA) se calcula que cerca de 30 por ciento de las exportaciones manufacturadas en las maquilas mexicanas es contenido importado. Entendido esto, dicha proporción se debería restar a las exportaciones mexicanas y el saldo rojo estadounidense se convertiría en déficit comercial para nuestro país.
Por ende, el retroceso de las manufacturas en el empleo total estadounidense es efecto de la dinámica de su desarrollo, que transformó su economía en una post industrial basada en conocimiento y alta tecnología, dependiente de la estructura de la demanda y no del comercio directo.
Trump ofrece ahora arreglos que impliquen un superávit comercial para los Estados Unidos (una burda versión del mercantilismo) y propone balances positivos en el comercio con México, Japón y China. Es de suponer que lo mismo aplicará a la Unión Europea y al resto del mundo. El comercio no es un juego en que todos ganan y mucho menos en el que el ganador será siempre el mismo. Si un país depende de la producción nacional o de otro exportador, los superávit comerciales de unos se convertirán en déficits de otros.
Otro dato: la economía estadounidense no depende en gran medida de su comercio con México, ya que éste representa solo 2.04 por ciento del PIB estadounidense, contrario al 40.2 por ciento que representa para el PIB mexicano. Si el desarrollo de algún país está atado a la dinámica de la economía de otro es México respecto a Estados Unidos. De allí que cuando los Estados Unidos estornudan, México tiene neumonía.
Sin duda la renegociación del TLCAN tendrá como punto nodal exigir un comercio justo, en lugar de libre comercio. El gobierno de México debe comprender esa nueva perspectiva para luego interpretarla a nuestro favor. Lo vital será iniciar negociaciones con grandes definiciones estratégicas y no a cuenta gotas. El asunto es definir objetivos y no procedimientos. Es mi opinión…
Licenciada en Economía por la UMSNH.
Consejera Nacional y Estatal del PAN.
Ex funcionaria pública. Orgullosa madre de familia.