Hace mucho tiempo yo tenía una pareja de amigos (que dejaron de serlo porque se quisieron atribuir un lugar en mi vida que reclamaron cual si les perteneciera canónicamente- historia de otro cuento) que se llamaban Francisco y Andrea. Ellos venían de una clase socio económica media, de zonas conurbadas a la Ciudad de México, que habían asistido a escuelas y universidades públicas, y mediante el arduo estudio lograron convertirse en actuarios, ingresar a altos puestos en el ámbito laboral y comenzar a ganar bastante dinero. De pronto manejaban coches importados, tenían una casa decorada al estilo “minimalista”, y vestían de Armani. Eso, más algunos “gadgets” de reconocidas marcas los colocaban en lo que en los ochentas y principios de los noventas llamábamos “yuppies” (Young urban professional- joven profesional urbano). Su movilidad social los había convertido en una pareja arrogante y estereotipada en camino al “club de golf” y demás mama…rrachadas (me contuve).
Con toda la planificación de una pareja así de rígida en sus “aspiraciones”, deciden tener un bebé que orgullosamente me muestran, vestido de los mejores linos españoles, estando en la fiesta infantil de una amiga en común. Yo le pregunto a Andrea con el desparpajo que me caracteriza: “¿y el otro bebé, pa cuando?” Ella se estira con un severo rictus y me dice que ya no van a tener otro bebé porque a este le querían dar “todas las oportunidades del mundo”. Yo le pregunto que a qué se refiere con eso (me parecía muuuuy ambiciosa la propuesta). Me dice que si su hijo (que apenas tenía mes y medio de nacido) quería estudiar en Princeton con maestría en Harvard, u Oxford pudiera tener esa posibilidad en su vida.
Yo le digo: “Pero tener todas las oportunidades del mundo implica que si él así lo desea puede ser pintor, deportista, bailarín, e incluso diseñador de modas, lo que el desee… Esas son TODAS las oportunidades del mundo”.
Sobra decirles que a Andrea se le rigidizó el yeyuno, se le desorbitaron los ojos, envolvió en linos a su pequeño y se salió de la fiesta hecha una furia. No la he vuelto a ver. Ya pasaron muchos años, y el pobre niño seguro sigue intentando cumplir con las expectativas narcisistas de esos padres. No puede ser él mismo, con un self genuino y único, porque debe conformarse a los ideales parentales y para ello seguro ha formado un falso self que le traerá mucho sufrimiento en la vida. O se convierte en un conformista pegadito al regazo de su mami o, en el mejor de los casos, se convierte en un hipster pacheco que pinte el más creativo grafiti en los muros de las casas “minimalistas” de las zonas pretenciosas. Habrá que ver.
En resumen: Los hijos no son nuestras prolongaciones narcisistas, no vienen al mundo a cumplir con nuestras expectativas y a “rellenar” lo que nosotros no somos. El origen es el origen y aunque la mona de vista de seda…. No nos cubramos de falsa brillosidad y pretendamos que nuestros vástagos tengan y hagan todo aquello que nosotros no tuvimos ni hicimos. Mirémoslos con detenimiento, dejemos que ellos se miren y reconozcan sus propias habilidades e intereses. Serán exitosos en aquello que les mueve, que les gusta y para lo que se sienten buenos, confíen en ello.
Bueno, ya me voy porque tengo que llevar a mis hijas a sus clases de física cuántica en Chino Mandarín, y después a sus lecciones de esgrima. Tengan buena semana.
Psicoanalista y psicoterapeuta de adolescentes y adultos. Docente de posgrado y ex coordinadora del Doctorado de la Asociación Psicoanalítica Mexicana, por su interés en la investigación en temas relacionados al psicoanálisis. Autora de diversos escritos tanto académicos como de divulgación y dos libros: 'Mitos del Diván' y 'La compulsión de repetición: La transferencia como derivado de la pulsión de muerte en la obra de Freud.'
Coautora del libro "Misión imposible: cómo comunicarse con los adolescentes" junto con Martha Páramo Riestra de Editorial Grijalbo 2015