El Doctor Josef Breuer apareció en casa de la familia Pappenheim un frío día de noviembre de 1880. Por ese tiempo, el doctor Breuer a sus 38 años gozaba de una estupenda reputación como médico de gran experiencia y como destacado científico en Viena, sin embargo su nombre no hubiera pasado a los anales de la historia de la ciencia si no hubiera sido porque esa tarde atendería por primera vez a Anna O.
Anna O. en verdad se llamaba Bertha Pappenheim, Se trataba de una atractiva y vivaz joven de 21 años que provenía de una acaudalada familia vienesa. Unos pocos meses atrás su padre había enfermado y pasado algún tiempo de cuidarlo a los pies de su cama, la misma Bertha comenzó a presentar una pléyade de extraños síntomas.
Comenzó con una tos “nerviosa” y una parálisis del brazo y la pierna derechas, con insensibilidad y presencia frecuente de la misma afección en los miembros del lado izquierdo; presentó también perturbaciones en los movimientos oculares junto con curiosas deficiencias en la visión, así como dificultades para sostener la cabeza. También sentía asco de los alimentos y en ocasiones incluso incapacidad para beber al mismo tiempo que sentía una sed martirizadora. Uno de los síntomas más peculiares era su incapacidad para comprender y hablar su lengua materna, pudiendo sólo expresarse ¡en inglés! Inclusive cuando leía en voz alta un texto en alemán realizaba instantáneamente la traducción casi perfecta al inglés sin darse cuenta de lo que hacía, ni aún siendo confrontada con ello. Todo esto, aunado a sus estados de ausencia, confusión y a sus delirios la hubieran llevado a la hoguera o al exorcismo unos siglos antes, pues francamente Bertha parecía estar poseída.
Por fortuna a finales del siglo diecinueve la histeria representaba ya un fenómeno de máximo interés para los científicos europeos; los doctores Jean-Martin Charcot y Pierre Janet llevaban tiempo investigando los efectos de la hipnosis sobre pacientes que presentaban similar sintomatología histérica en Francia. Sin embargo la tendencia médica apuntaba a “ignorar” o a aislar a dichas pacientes, pues la atención médica sólo contribuía a fomentar y reforzar su padecimiento. En esa época con las pacientes histéricas no se podía hacer nada.
Resultó afortunado el hecho de que Joseph Breuer no incurriera en tal falta con Bertha; a pesar de no saber cómo ayudarla le brindó toda su simpatía y su interés, tratándola amorosamente. Así, con el tiempo, fue notando que en los estados de ausencia, ella murmuraba palabras que parecían provenir de unos nexos en los que se ocupaba su pensamiento. Sin embargo, en sus momentos de alerta, Bertha no recordaba dichos nexos, por lo que su médico la sujetaba a una suerte de hipnosis con el fin de moverla a retomar estas ilaciones de ideas.
De esta manera, paulatinamente, y ya sin la necesidad de los recursos hipnóticos, Bertha incursionó en lo que bautizó: the talking cure o “la cura por el habla.” Esta novedosa terapia consistía en hacer un seguimiento verbal desde el síntoma actual hasta el momento en el que se causó la presencia de dicha expresión sintomática. El discurso de Bertha, poblado de fantasías, y de tristísimos y creativos relatos, le funcionaba como una “limpieza de chimenea”, como ella misma lo definió en tono de broma, cuyo efecto “deshollinador” tuvo como consecuencia la eliminación de sus síntomas en un periodo de sólo dos años.
El doctor Breuer relató con detalle todos los aspectos relativos al caso de Bertha a su gran amigo y protegido Sigmund Freud, quien en esos tiempos tenía apenas 24 años y se iniciaba como médico en Viena. Freud a su vez le estuvo dando vueltas en la cabeza durante diez años, incluso comentándolo con el doctor Charcot en los años en que se dedicó a estudiar bajo su tutela en Paris. Al doctor Charcot no le interesó mucho el tema y Freud no volvió a él sino hasta 1892, ya de regreso en Viena.
Breuer y Freud publicaron conjuntamente Estudios sobre la Histeria en 1893, y el primer caso presentado en este escrito fue el de Anna O. Breuer fue llevado a describir como método catártico lo que la misma Bertha había calificado como “cura por el habla.”
Resulta divertido observar que la noción de catarsis, tomada de Aristóteles, acababa de ponerse de moda otra vez en el decenio de 1880, gracias a una obra dedicada a la teoría aristotélica de la tragedia, cuyo autor, Jacob Bernays, no era sino el tío de la futura esposa de Sigmund Freud. Utilizando este método, Freud se vio compelido a abandonar los tratamientos hipnóticos, colocando en su lugar el procedimiento de la “asociación libre” en la que el paciente habla libremente y sin censura de aquello que va surgiendo a su conciencia en el transcurso de su sesión.
De alguna manera, el doctor Breuer y Bertha fueron descubriendo que la causa de sus múltiples síntomas de esta última fueron generados en el tiempo en que ella cuidaba a su padre enfermo, al que le profería un amor exagerado. Por sólo citar un ejemplo, Bertha se dio cuenta que la parálisis y anestesia de su brazo y pierna derechas surgieron en una ocasión en la que vigilaba angustiadamente el lecho de su padre en estado gravedad, mientras sontenía el brazo derecho sobre el respaldo de la silla en la que estaba sentada. En tal momento, Bertha, entre sueño y vigilia, vio —o soñó— como una serpiente se deslizaba desde la pared hacia la cama del enfermo y trató de espantar al animal, pero el brazo se le había “dormido” y no se pudo mover; entonces quiso rezar, pero en su angustia no encontró palabras, hasta que por fin dio con un verso infantil en inglés, y entonces pudo seguir pensando y rezando en esa lengua. Una vez recordada la causa de sus síntomas, Bertha pudo volver a sentir y mover sus brazos y sus piernas, y pudo volver a hablar en alemán.
Había nacido el psicoanálisis, con el doctor Breuer como padre y Bertha Pappenheim como madre, pero con Sigmund Freud como partero del deseo inconsciente de la histérica. A partir de ahí Freud seguiría trabajando en un asunto que Breuer decidió dejar por la paz, ubicando a la histeria como el resultado de un trauma que permanecía inconsciente y actuaba como un “cuerpo extraño,” una espina en el psiquismo del paciente. Era necesario entonces, hacer consciente precisamente este momento traumático a través del recuerdo, y dar libre expresión verbal al afecto ligado a este suceso, dominando lo inconsciente al traerlo al terreno de lo consciente por medio de la catarsis. No obstante, posteriormente Freud se daría cuenta de que no basta con recordar los sucesos traumáticos, sino que es menester repetirlos en el espacio psicoanalítico, y es aquí donde otra vez recurre al caso de Anna O.
Cuenta la mitología del psicoanálisis que Breuer dejó repentinamente a Bertha a cargo de otro médico en 1882 por un suceso que lo atormentó tanto que jamás pudo publicarlo. La historia es la siguiente: después de una breve ausencia, Breuer regresó a casa de la familia Pappenheim y encontró a Bertha con un agudo dolor en el vientre y gritando que estaba dando a luz al hijo del “doctor B.”, en ese instante Breuer se percata que la paciente se había inmiscuido en su vida personal de tal forma que estaba expresando sentimientos amorosos hacia él que no le correspondían, siendo el médico un hombre serio con un matrimonio estable. Aunque Breuer se deslindó totalmente de tal hecho, Freud asume en ése y en sus casos posteriores, que los pacientes presentan hacia los analistas una “neurosis de transferencia” que sustituye a la problemática por la que inicialmente acudieron a tratamiento.
Hasta aquí quedan señalados dos de los tres objetivos terapéuticos más ambiciosos del método psicoanalítico: el primero el recordar el o los sucesos traumáticos que precedieron la instalación del padecimiento y el segundo el repetir mediante la transferencia todo aquello que no puede ser recordado pero que es puesto en acto en la relación con el analista.
En 1893, nacía el psicoanálisis como una disciplina científica que ayudaría a millones de personas en los años venideros y Freud nunca dejó de agradecer al doctor Breuer y a Bertha Pappenheim por su valiosa contribución. Bertha se convirtió en la primera trabajadora social de Europa, consagrando su vida a los necesitados, y Breuer continuó imbuido en su labor psiquiátrica, sin intenciones de retornar a las pasiones del psicoanálisis.
Bibliografía
Lisa Appignanesi y John Forrester, Freud’s Women, Londres: Basic Books, 1992.
Sigmund Freud, Obras Completas, Argentina: Amorrortu, 1985.
Gerardo Herreros y Eduardo Mahieu, “Joseph Breuer” en Vidas y Obras, historia de la psiquiatría en www.psicomundo.com.
El tercer objetivo del psicoanálisis es la elaboración progresiva de lo develado mediante los dos procesos anteriores.
Psicoanalista y psicoterapeuta de adolescentes y adultos. Docente de posgrado y ex coordinadora del Doctorado de la Asociación Psicoanalítica Mexicana, por su interés en la investigación en temas relacionados al psicoanálisis. Autora de diversos escritos tanto académicos como de divulgación y dos libros: 'Mitos del Diván' y 'La compulsión de repetición: La transferencia como derivado de la pulsión de muerte en la obra de Freud.'
Coautora del libro "Misión imposible: cómo comunicarse con los adolescentes" junto con Martha Páramo Riestra de Editorial Grijalbo 2015