El adolescente que se enferma: El cuerpo que adolece

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“Si te sientes muy afectado por el Sismo de México y requieres de terapia psicoterapéutica con un costo muy bajo (simbólico) por favor mándame un mail a Psiconocer@gmail.com y te asignaremos un psicoterapeuta en la zona de tu conveniencia.”

En esta época de exámenes finales me llama mucho la atención la cantidad de adolescentes que se enferman e inclusive deben ser hospitalizados porque no pueden manejar el estrés y, por ello, lo tramitan a través del cuerpo. Debido a lo anterior le pedí a la psicoterapeuta Beatriz Carrion (beacd8@gmail.com) que nos escribiera algo al respecto. Los dejo con sus palabras:

La adolescencia implica muchas pérdidas: se deja a un lado un cuerpo infantil, se dejan atrás unos padres idealizados y se sacrifica la comodidad de seguir un camino pintado por mamá y papá para ahora trazar uno propio.  Esta tarea conlleva mucho temor pero también la gran posibilidad de ganar independencia y madurez, insertándonos finalmente a la vida adulta.

Rebeca es una adolescente de 14 años que sufría de enrojecimiento de la piel en cara y cuello, comezón y sarpullido. Su médico, después de un tiempo de tratamiento, concluye que su afección es de índole emocional y la refiere conmigo, por lo que sus padres inmediatamente la traen a consulta.

Además de luchar con la crisis que representa la adolescencia, Rebeca luchaba diariamente con una angustia elevada causada por el reciente divorcio de sus padres. Por medio de su proceso psicoterapéutico, Rebeca entiende que en su familia las emociones eran vistas como una vulnerabilidad ya que siempre se le enseñó a pensar y actuar de manera muy racional. Todo esto causaba que Rebeca no pudiera entender su mundo interno y acomodar sus piezas.

Expongo una pequeña viñeta de esta paciente adolescente a la que hoy llamo Rebeca, para explicar la importancia de otorgarle un lugar de elaboración a las emociones. La adolescencia implica una segunda oportunidad para resolver retos de etapas anteriores del desarrollo, como el auto control y la autonomía. También es un momento del desarrollo que define la manera como procesaremos nuestra angustia y afectos, cómo las dejamos entrar y de qué forma las expresamos.

La dermatitis de Rebeca mejoró notablemente al cabo de unos meses de haber comenzado su proceso psicoterapéutico. Pero ¿Cómo es que la angustia puede provocar una dermatitis o algún otro padecimiento orgánico? Lo que sucede es que ciertos estados emocionales trascendentales son inexpresados y no han podido organizarse para ser vividos, trabajados y acomodados internamente.  El dolor psíquico queda encerrado por el deseo de evitarlo, los afectos quedan sofocados y la angustia queda desplazada pugnando por salir en todo momento. Al no dejar que se exprese, el cuerpo se vuelve depositario de todas estas emociones sin tramitar, y cae enfermo.

La adolescencia representa una etapa de muchos cambios emocionales y afectivos, por dejar atrás la infancia y encontrar una identidad propia, por lo tanto es un período de mucha angustia.  Comenzamos a concretar nuestra forma de relacionarnos con nosotros mismos y nuestro mundo, pero en un principio lo hacemos de manera caótica, no conocemos nuestros propios límites, estamos descubriendo cómo queremos desenvolvernos, concretar nuestros ideales y enfrentar nuestros miedos. Idealmente, internalizamos las normas impuestas por nuestros padres y comenzamos a probarlas fuera del núcleo familiar, pero es una tarea compleja y confusa. Resolver estos retos implica un adolescer, un padecer, un sufrimiento por tener que aceptar un cuerpo nuevo, asumir un movimiento interno y concebirnos en un lugar distinto.

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Por lo tanto, resulta trascendental que como padres enseñemos a nuestros hijos desde que son pequeños, la importancia de identificar sus emociones y expresarlas para poder comprenderlas. Es importante estar abiertos a escucharlos, lejos de intentar manipularlos. La mejor forma de hacerlo es aceptando y tolerando la tristeza, la frustración y el enojo en nosotros mismos para así proyectar la posibilidad de un aprendizaje en momentos de angustia. De otra manera, en la vida adulta, se forma una especie de letargo en la persona al no enfrentarse a lo que realmente le inquieta y una incapacidad para enfrentar las vicisitudes de la vida.

Rebeca es solo un ejemplo, pero como ella hay muchos adolescentes que, de manera inconsciente, intentan negar la existencia de una angustia que brota por cierta combinación de factores. El hecho de estar en un proceso adolescente, significa, en sí mismo, un conflicto interno, pero si le sumamos un estrés familiar o académico, que generalmente existe, se vuelve mucho más complejo manejarlo, y es cuando vemos, por ejemplo algunos adolescentes que, por no saber manejar su angustia, terminan enfermando gravemente o incluso hospitalizados en época de exámenes. Es menester darles la posibilidad de encontrarles un lugar y un nombre a todas las emociones que los invaden y evitar que el cuerpo cargue con algo que no le corresponde.

Los trastornos psicosomáticos nacen entonces de estas dos palablas: psico (mente) y soma (cuerpo) y definen un proceso inconsciente en el que la mente desborda esta gran cantidad de emociones y el cuerpo funciona como su sostén, ya que escoge un síntoma físico para encarnar este sufrimiento insoportable como medida de descarga. En estos trastornos se hace caso omiso de un mundo interno y se intenta evitar esta realidad dolorosa, por lo que la mente crea un mecanismo, a manera de defensa, al que recurre al cuerpo para lidiar con esta gran carga emocional.

Algunos ejemplos de este tipo de trastornos en adolescentes y adultos son los cutáneos (picazón, urticaria, resequedad), los trastornos menstruales en las mujeres (en la adolescencia representa una situación nueva a la que hay que adaptarse),  los trastornos gastrointestinales (colon irritable, gastritis, dolor abdominal), los problemas respiratorios como el asma y finalmente la migraña. Los adolescentes, sumergidos en esta revolución interna, buscan a toda costa momentos de placer para contrarrestar su angustia y la masturbación puede representar una salida, pero recurrir a ella de manera constante y dejando de hacer otras actividades por buscar este tipo de satisfacción, también implica que esa angustia lo está invadiendo y no está logrando contenerla, por lo que hay que darle la atención adecuada. Así mismo el hecho de recurrir al alcohol u otras sustancias que funcionan como “anestesia” contra la angustia y la ansiedad, también representan un segmento de los trastornos psicosomáticos, por ser una manera pasajera de arrojarle al cuerpo una carga emocional que no le corresponde e intentar erradicar el sufrimiento.

En ciertas situaciones de estrés inmediato, el cuerpo llega a “somatizar”, como le decimos coloquialmente cuando mostramos algunos síntomas físicos. En otras ocasiones el nivel de estrés es tanto que repercute en nuestro sistema inmunológico, debilitándolo y causando también síntomas importantes. Generalmente en estos casos la persona sabe qué es lo que le está causando angustia, pero hay niveles más complejos de este tipo de trastornos en los que se desconoce la relación de determinado síntoma con el psiquismo y realmente se pone en juego el bienestar del individuo.

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He trabajado en conjunto con excelentes médicos con la sensibilidad suficiente para detectar que hay algún aspecto de la vida del paciente que pueda estar conduciendo a un trastorno, que no tiene causa física,  no se logra erradicar con un tratamiento o tiene reincidencias. El caso de Rebeca es un ejemplo en el que después de algunos meses de tener un espacio para elaborar psíquicamente algunos temas, respetando siempre su tratamiento médico, ella mejora en gran medida su sintomatología.

Pero la labor como profesional de la salud mental va mucho más allá de la disminución del estrés, sería peligroso quedarnos en algo tan superficial. Se dirige a la posibilidad de sumergirnos en el mundo interno del adolescente y entender la causa de un cuerpo dañado, por ser el encargado de cargar con todo tipo de cargas ajenas. El tratamiento psicoterapéutico en adolescentes nos abre la posibilidad de un cambio mucho más profundo ya que no se ha concretado aún su funcionamiento mental como en el adulto. Pero en ambos casos el trabajo consiste en hacer una ligazón entre sentimientos de culpa, emociones sin tramitar y mecanismos defensivos consecuentes, para trabajar con los estratos más profundos de la organización mental. Se busca que el paciente se responsabilice de aquello que lo aqueja y le devuelva la importancia a su mundo psíquico, regresándole la salud a su cuerpo, como sucedió con Rebeca.

El poder de la mente, entonces, va hacia ambas direcciones. Puede ser el causante de un problema orgánico, pero puede ser también su solución. La adolescencia representa una oportunidad para conocernos y tomar un camino propio. Para lograrlo es necesario tener un espacio que nos permita detectar y nombrar los afectos que irrumpen en nuestro equilibrio. Esto resulta una tarea complicada para todos, pero si como padres nos sabemos con un pasado con limitaciones y aceptamos la existencia de situaciones de vida adversas, tendremos las herramientas para modificar aquello que nos aqueja.  Solo así, podremos proyectarle a nuestros hijos que la frustración forma parte de nuestro quehacer cotidiano y que aceptando esto, nuestro psiquismo adquiere una fortaleza vital para poder realmente hacernos cargo de nosotros mismos.   La mente se ocupa de lo suyo y lo elabora, evitando estragos en el cuerpo y contribuyendo a la salud integral de la persona.

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Psicoanalista y psicoterapeuta de adolescentes y adultos. Docente de posgrado y ex coordinadora del Doctorado de la Asociación Psicoanalí­tica Mexicana, por su interés en la investigación en temas relacionados al psicoanálisis. Autora de diversos escritos tanto académicos como de divulgación y dos libros: 'Mitos del Diván' y 'La compulsión de repetición: La transferencia como derivado de la pulsión de muerte en la obra de Freud.'

Coautora del libro "Misión imposible: cómo comunicarse con los adolescentes" junto con Martha Páramo Riestra de Editorial Grijalbo 2015