Hace poco murió la abuela de una persona querida para mí que está estudiando su carrera en México. Como murió en miércoles, él se tuvo que regresar a mitad de la semana a la ciudad de la que es originario. Pensé que hubiera sido más conveniente que muriera en fin de semana. Definitivamente un pensamiento narcisista porque la muerte de un ser querido duele igual en cualquier día del mes o del año.
Me quedé pensando en todas las personas que conozco que se quedan con estos pensamientos narcisistas y no pueden sentir las cosas de otra forma. Hace mucho a una amiga le dio apendicitis y la tuvieron que internar de urgencia. Su madre la acompañó al hospital y llamó a todas sus amigas (de ella, su madre) a quienes les contaba estremecida: “Es que no saben, cuando mi hija me llamó, yo estaba recién salida de bañarme ¡imagínense! Me di un susto horrible y ni tiempo de arreglarme tuve, fue de espanto”. Mientras mi amiga postrada en la cama del hospital, con el dolor y el impacto, escuchaba a su madre retratarse como la verdadera víctima del evento.
Eso es el narcisismo, y es penoso porque en verdad no pueden sentir empatía. Uno tiene que irles traduciendo para que vayan entendiendo cuál es el sentimiento que sería adecuado tener en ese momento. Recuerdo a una tía que no entendía que su enfermera no la pudiera atender el fin de semana porque su padre estaba muriéndose y quería estar a su lado. Mi tía me dijo: “pues que venga alguna de las hermanas, o ¿qué? ¿todas tienen que estar con el padre al mismo tiempo?”
En una ocasión que de adolescentes nos juntamos en mi casa, discutíamos con fervor e insolencia lo incómodo que era que los chicos que lavan los vidrios de los coches en las esquinas se lanzaran sobre el cofre y lo rayaran todo. Uno de nuestros amigos (ahora un gran director de cine) dijo acertadamente: “Más incómodo es ser uno de estos chicos que tiene que lavar vidrios para comer.” Todos nos quedamos de piedra. Tenía razón, y más razón en poner en evidencia nuestro egoísmo y la parcialidad de nuestra mirada.
Es cierto que muchas veces ponemos distancia afectiva de lo que nos rodea como una defensa. Nos defendemos del dolor de la muerte de alguien cercano en la que todos pierden, sobre todo el muerto, y no sabemos ni qué decir cuando vamos al funeral. Nos defendemos de ver la pobreza y la indefensión que nos rodea en un país como México donde las diferencias socioeconómicas parecen nunca acortarse. El cirujano se defiende de ver a su paciente como un ser humano sufriente porque piensa que así va a ser más eficaz en su trabajo. Y sí, lo digo como trabajadora en el área de la salud mental, a veces nosotros los psicoanalistas también nos defendemos de sentir el dolor de nuestros propios pacientes y no nos dejamos atravesar por sus sufrimientos. Nuestro trabajo implica que todos los días, muchas veces al día, nos conectemos con los momentos más dolorosos de la vida de otra persona, también los más gozosos. Lo considero un verdadero privilegio, sin duda, pero sí implica un movimiento afectivo importante. Sin embargo, es importante considerar que la posibilidad de vivir y significar la experiencia del otro nos deja una tremenda riqueza emocional a la que no debemos rehusarnos.
Psicoanalista y psicoterapeuta de adolescentes y adultos. Docente de posgrado y ex coordinadora del Doctorado de la Asociación Psicoanalítica Mexicana, por su interés en la investigación en temas relacionados al psicoanálisis. Autora de diversos escritos tanto académicos como de divulgación y dos libros: 'Mitos del Diván' y 'La compulsión de repetición: La transferencia como derivado de la pulsión de muerte en la obra de Freud.'
Coautora del libro "Misión imposible: cómo comunicarse con los adolescentes" junto con Martha Páramo Riestra de Editorial Grijalbo 2015