Conforme pasa el tiempo y la tecnología se impone a la vida cotidiana, las personas que aprendimos a vivir de una manera, descubrimos que para las nuevas generaciones ya somos antigüedades dignas de estar en un museo.
Algo así le pasó a Leonardo, el día en que su hijo Enrique descubrió uno de sus tesoros más preciados…
Un domingo cualquiera, Leonardo decide que deben hacer limpieza general. Le dice con voz firme y paternal a su hijo: “Quique, hay que tirar todo lo que ya no sirva y regalar toda la ropa que no te queda.”
Enrique no está del todo convencido, pero prefiere obedecer y no aguantar otro discurso de dos horas sobre la importancia de ayudar a los menos afortunados.
Quique no es un niño malo. Simplemente, es un adolescente que aún no conoce cómo es el mundo real. Para él, lo único que importa es tener comida, techo y un teléfono celular.
En un momento, Quique se da cuenta de toda la ropa que ya no usa y sonríe, pensando en la felicidad que tendrá su padre cuando le muestre todo lo que está dispuesto a regalar. Por eso, va corriendo hasta la habitación de Leonardo y algo llama su atención.
Un centenar de cartas están extendidas como sobre la cama, mientras Leonardo termina de leer una de éstas con una sonrisa de melancolía en su rostro.
Quique le pregunta a su papá: “¿Qué son todos esos papeles?”
Leonardo voltea y lo mira con cariño, contestándole: “Son todas las cartas que nos escribimos tu mamá y yo cuando éramos novios”.
¡¿Cartas?! ¿Te cae que se escribían cartas?, dice Quique impresionado.
Y en efecto, Leonardo y su esposa tenían la costumbre de escribirse una carta semanal en aquella época, cuando también eran compañeros en la universidad.
Leonardo, al notar la incredulidad de Quique, le pregunta: “¿Y qué tiene de raro?”.
Quique responde: “Pues que son un chorro de cartas. ¿A poco no era más fácil enviarle un mail? ¿No se te cansaba la mano?”
Lo que Quique ignora es que en ese entonces, las computadoras apenas comenzaban a venderse y que el correo electrónico aún no existía.
Leonardo sonríe y lo único que puede decirle es: “Nunca un mail tendrá el mismo significado que una carta que escribas a mano con todo el corazón”.
Quique pertenece a la generación que creció escribiendo en el teclado de una computadora, de un celular o de la tablet. Para él, eso que llaman lápices y plumas son objetos que rara vez ocupa.
Pero no siempre son los jóvenes quienes descartan la opción de escribir a mano. A finales de 2014, las autoridades educativas de Finlandia anunciaron que los niños finlandeses, reconocidos en todo el mundo por su excelencia escolar, dejarían de escribir a mano para aprender a hacerlo en un teclado.
Algo que este gobierno finlandés desconoce, y muchos millones de jóvenes alrededor del mundo, es que escribir a mano estimula y desarrolla el cerebro de muchas maneras.
Cuando aprendemos a leer, el cerebro refuerza gradualmente vínculos con las áreas que reconocen la forma visual de las letras, las que nos dicen cómo suena una palabra y las que le dan un significado. Y cuando aprendemos a escribir, estimulamos la corteza motora cerebral que controla los movimientos físicos. Es decir, las dos áreas se activan y escribimos en nuestra mente palabras como las leemos.
Karin James, neurocientífica de la Universidad de Indiana, comprobó que los niños pueden reconocer nuevas letras con mayor facilidad cuando las escriben primero, y que algunas regiones del cerebro que se iluminan cuando leemos los adultos, también se activan cuando los niños están aprendiendo a escribir.
Otra una investigación de la Universidad de Princeton demostró que el nivel de comprensión de un grupo de estudiantes que tomaron notas de sus clases a mano era mucho mayor que el de otro grupo que lo hizo con un teclado.
Y por si todavía tenemos dudas, podemos analizar el estudio realizado por Anne Manden, de la Universidad de Stavanger, en Noruega, y Jean Luc Velay, de la Universidad del Mediterráneo de Marsella, en Francia. El cual comparó los diferentes procesos cerebrales que se utilizan en la redacción manuscrita y la escritura en teclados de computadoras o digitales…
De acuerdo a esta investigación, escribir a mano activa simultáneamente tres proceso cerebrales:
Nuestra área visual, pues estamos viendo lo que está en el papel.
Nuestras habilidades motoras, porque colocamos el lápiz o pluma sobre el papel y lo movemos para trazar las letras.
Nuestras capacidades cognitivas, ya que recordar la forma de cada letra requiere un tipo diferente de respuesta del cerebro.
Científicos de la Universidad de Indiana, en Estados Unidos, han visto gracias a las resonancias magnéticas de varios pacientes, que al escribir a mano se activan más áreas del cerebro y se favorece el aprendizaje de formas, símbolos y lenguas. Incluso para algunos trastornos psicológicos, la habilidad para escribir puede servir como una herramienta de diagnóstico.
Además, escribir a mano ayuda a expresar mejor los pensamientos y las ideas. Por eso, escribir frases como “tengo ganas de verte”, “te hecho de menos” o “te quiero” siempre parecerá más sincero si lo escribimos en un papel con nuestra letra, a que si lo escribimos en un mensaje de texto o lo imprimimos desde la computadora.
Quique no entendió el valor que esas cartas tienen para Leonardo. Pero estoy segura que todos los que alguna vez escribimos a una persona que amamos, o que recibimos una carta de alguien especial, sabemos cómo es esa sensación de leer algo escrito a mano. Algo que siempre será mucho más emotivo que leer algo impreso.
¿Y tú? ¿Cuándo fue la última vez que tomaste una pluma y escribiste algo desde lo más profundo de tu corazón, de tus deseos, de lo que da vueltas en tu imaginación?
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