“¿Qué hice yo para merecer esto?”, se pregunta Natalia, mientras sujeta de los brazos a René, su hijo de tan sólo nueve años.
Es la presentación escolar de fin de año y René hace tremendo berrinche en el estacionamiento del colegio, sólo porque Natalia olvidó en casa el sombrero de vaquero para la presentación.
Natalia sabe que no puede volver por el sombrero. Hay un tráfico terrible y no regresaría a tiempo. Así que camina unas calles jaloneando a René para que camine, hasta llegar a un supermercado.
“¿Tienen sombreros?”, pregunta Natalia a una vendedora.
“Hay algunos en el departamento de caballeros.”, le contesta amablemente la chica.
Natalia apresura el paso. Justo un pasillo antes de llegar al área de caballeros, René se tira de rodillas y le saca la lengua a su mamá. Natalia intenta levantarlo, pero René patalea y le golpea una espinilla.
Natalia cierra los ojos y vuelve a pensar: “¿Qué hice yo para merecer esto?”
Natalia toma a René del brazo y lo lleva hasta un mostrador con varios sombreros, todos con estilo aseñorado, ninguno como de vaquero.
René se zafa de la mano de su mamá y se arrastra por debajo de un mostrador de ropa giratorio. Natalia se acerca y le grita que salga, pero René se mantiene oculto, riendo burlonamente.
Natalia mete una mano entre la ropa, pero no tiene suerte para encontrar a René. Así que se pone de rodillas y mete la cabeza entre las camisas y los suéteres.
La gente que pasa por el pasillo se queda viendo extrañada la escena y escuchando los gritos de Natalia: “¡Te doy tres para que salgas, René! O le voy a decir a tu papá”.
Dos vendedoras se acercan y comentan entre ellas:
“Mis hijos jamás harían eso, ellos están bien educados”, dice una.
“En mis tiempos, mi madre ya me hubiera sacado a coscorrones y me hubiera puesto una buena tunda”, dice la otra.
Natalia encuentra el brazo de René y lo jala, pero antes de que pueda sacarlo del mostrador, René le pega con el puño cerrado, justo en la nariz.
Todos alrededor ven a Natalia salir del mostrador, con un poco de sangre en la nariz. Una de las vendedoras le ofrece un pañuelo desechable. Natalia lo toma enfurecida, lo hace rollito y lo mete en su fosa nasal. Vuelve a entrar al mostrador y toma con fuerza un pie de René, lo jala y el niño sale.
“¡Suficiente, René! ¿Que no te da pena que todo el mundo vea que eres un niño malcriado, que le pega a su mamá?”, grita Natalia.
René vuelve a sacarle la lengua. Natalia lo carga a la fuerza. Y entre jalones y gritos de ambos salen del supermercado. Caminan de regreso al estacionamiento del colegio. Natalia sube a René a la camioneta, pone las puertas con seguro, intentando controlar su reparación agitada y el enorme enojo que siente.
Natalia escucha los gritos de René, que golpea la ventana por dentro. Se pregunta una última vez: “¿Qué hice yo para merecer esto?” Mira pasar varias familias con niños disfrazados para la presentación, todos parecen felices, todos juguetean y dan saltos al caminar.
La madre de una niña nota la desesperación en la mirada de Natalia y le pregunta sí está bien.
“Claro, todo bien.”, contesta Natalia.
René salta a los asientos delanteros y comienza a tocar el claxon.
Cuánta falta hace un manual para ser papás, ¿no? Seguro que si existiera se convertiría en el más grande best-seller de la historia. Y es que ser papá o mamá no se aprende en la universidad ni preguntando a los demás. Se vive en cuerpo y alma, segundo a segundo. Lo bueno, lo malo y lo peor.
Cuando eres padre parece que todo el tiempo somos buenos o malos. Buenos cuando consientes a tus hijos y presumes sus buenas calificaciones. Malo cuando les llamas la atención o no les dejas ir a algún sitio. ¿Acaso es necesario ser malo para ser buen padre?
Los papás tenemos que aprender a tolerar a veces algún llanto o que el niño diga que no quiere hacer algo. Pero cuando las cosas no son buenas para él, debemos mantenernos firmes, ya que esto será muy importante para la educación del pequeño. Con el tiempo el niño entenderá que hay limites en la vida y le evitará conflictos en un futuro.
Cuando los papás prohíben al niño salir a jugar porque tiene que hacer la tarea, el niño se enfadará, pero en el fondo debe saber y entender que es por su bien. Por eso es importante que se haga a través de palabras suaves, pero seguras y con explicaciones bien fundamentadas. Nunca a través de comparaciones, insultos y mucho menos golpes.
Pero seamos honestos… ¿Apoco no es difícil saber cuándo hemos sido demasiado estrictos o suaves con nuestros hijos? Muchos papás se preocupan tanto por no traumatizar a sus hijos al ponerles límites, que terminan complaciéndoles en todo. Es decir, el niño termina educando al papá y no al revés.
Sin embargo, estudios a nivel internacional demuestran que los niños sólo se traumatizan cuando alguien les hace daño de verdad, ya sea físico o psicológico. Pero cuando se les impone un castigo educativo, se les limita en conducta o se les prohíben ciertas cosas por su bien, jamás se traumatizarán. Al contrario, aprenderán que en cualquier lugar existen reglas que respetar para vivir en armonía.
Cuando nuestros hijos aprenden de límites, también se relacionan mejor con sus similares, respetan la autoridad y entienden que conductas como los berrinches, tienen sus consecuencias.
Por eso, hoy tenemos tres consejos para que nunca digas: ¿Qué hice yo para merecer esto? No importa si tus niños están muy chiquitos o ya te superan en estatura, siempre es buen tiempo para educar con amor:
Numero uno: Ser objetivo. Evita frases como “pórtate bien” o “no hagas caso a eso”. Un niño no sabe lo que está bien o mal. En vez de eso, háblale con frases cortas y fáciles de entender, por ejemplo: “Mi amor, lleva tus zapatos a tu cuarto” o “Termina la tarea y podrás ir a jugar”. Aprende a negociar con un lenguaje amable y objetivo.
Numero dos: Habla, no grites. Por más cólera que tengas porque tu niño no cumplió con sus responsabilidades, no le grites. Aunque no lo creas, los límites emitidos con un rostro suave y una voz amable le darán a entender que no tiene otra salida más que obedecer. Es algo así como psicología inversa.
Y por último: No incumplas tus propias reglas. Los niños aprenden actitudes de sus padres todo el tiempo, pues para ellos representan el modelo a seguir. Si quieres que tu hijo no mienta, no lo hagas tú. Por más que le digas que algo está mal, tu hijo jamás le encontrará sentido o coherencia a tus palabras si tú no le enseñas con el ejemplo.
Recuerda que somos nosotros, como papás, los que podemos formar o malcriar a los niños. Y que no existen niños malos, sino solamente mal educados.
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