Las enfermedades crónico-degenerativas son la cuarta causa de muerte en México, dentro de las cuales el consumo de alcohol representa el 8.4%. Anualmente, más de 24 mil personas pierden la vida por accidentes relacionados con el alcoholismo y en el caso específico de los adolescentes representa la primera causa de muerte.
El alcoholismo juvenil es en este momento el problema más grave de adicciones que hay en México. Un asunto alarmante si consideramos que la edad de inicio de consumo de alcohol ha disminuido a los 12 años y se incrementó en las cantidades que beben las mujeres.
Según datos de la Organización Panamericana de la Salud, el alcoholismo en América Latina aumentó 1.6 en hombres y 2.8 en mujeres, en los últimos 5 años. Las causas de este problema son diversas, pero el descuido de los papás es el principal motivo por el que un adolescentes entre 12 y 15 años comienzan a beber alcohol.
Alfredo es uno de estos adolescentes que forma parte de las estadísticas. Su historia es muy parecida a la de otros jóvenes que pueden ser tus hijos, sobrinos, alumnos y que en este momento están pasando por un problema de alcohol y no te das cuenta.
Durante muchos años, Alfredo es el hijo ejemplar que sus papás educaron en escuelas privadas y con todas las comodidades, porque para Luisa y Rafael lo principal siempre fue darle lo que ellos no tuvieron y evitarle el mismo esfuerzo y sacrificio que ellos padecieron. Según ellos, esta era la mejor manera de educarlo, más en su caso por ser hijo único.
Por varios años, parece que Luisa y Rafael no se equivocaron. Alfredo es el mejor alumno de su clase durante toda la primaria. Al cursar la secundaria, su promedio de calificaciones baja un poco, pero Rafael considera que esto es normal porque el colegio es mucho más grande y decide premiar a su hijo cada vez que saca buenas calificaciones.
Luisa también intenta apoyar a su hijo y lo consiente comprándole los tenis que le pide, la ropa de marca que Alfredo ahora desea vestir para sentirse igual a sus compañeros. Obviamente, para darle esta vida a Alfredo, Luisa y Rafael se la pasan trabajando de lunes a sábado y en horarios que apenas les permiten estar con su hijo.
Cuando Alfredo termina la secundaria y es momento de elegir una preparatoria, él se empeña en seguir a muchos de sus compañeros a un colegio mucho más costoso. Para entonces, aquel pequeño cariñoso y un poco tímido ya está en la llamada “edad de la punzada”, cuando los hijos sienten el derecho de juzgar a los padres y empieza también el chantaje emocional.
Ahora que Alfredo se acostumbró a no carecer de nada, a tener los tenis de moda, el último celular y todo aquello que, en teoría, necesita un hijo para ser feliz, ya no puede aceptar un “no” por respuesta. Lo cual se aplica para el tema del colegio y sus papás terminan aceptando, aunque esto signifique doblar turnos de trabajo y verlo menos.
Una noche, Luisa platica con Rafael y le dice lo preocupada que está porque apenas si ven a su hijo. Su deseo de darle la mejor vida, todo lo que ellos no tuvieron, ha disminuido su tiempo de convivencia. Rafael le contesta que no se preocupe, que Alfredo es un buen hijo y que lo más importante es darle una buena educación académica.
La historia de la preparatoria se repite con la universidad. Luisa y Rafael no pueden sentirse más orgullosos de su hijo, así que ningún sacrificio es pequeño para que Alfredo también estudie en una universidad privada, aunque esto signifique no verlo ni los fines de semana. ¿La razón? Pues ahora Rafael tiene amigos con los que prefiere pasar el tiempo.
Lo que parece una historia casi perfecta, de un hijo modelo, profesionista y sin carencias económicas se transforma en un melodrama donde Luisa y Rafael sienten a Alfredo cada vez más distante, más reservado y con un carácter complicado, pues se la pasa de malas y sus llegadas a la casa son cada vez más tarde.
Mientras Luisa se siente intranquila, Rafael le pide que no se angustie, que no pasa nada raro porque Rafael tiene todo lo que necesita y mientras siga estudiando todo está bajo control. Pero una noche, Luisa no soporta más y espera a su hijo hasta la madrugada para confrontarlo. La sorpresa que se lleva es terrible cuando Alfredo llega cayéndose de borracho.
Luisa habla con Rafael para contarle lo que está pasando con Alfredo. Y una vez más, Rafael no le da importancia a lo que él llama “una etapa de juventud”. Rafael asegura que es de lo más normal que los jóvenes beban alcohol de repente con sus amigos. Luisa no queda del todo convencida.
La escena de aquella madrugada se repite una vez más, y otra y varias más. Para cuando Luisa y Rafael se dan cuenta, su hijo Alfredo ya tiene un problema de alcoholismo que nunca percibieron. En ese momento, comienzan las preguntas entre Luisa y Rafael sobre “¿qué hicimos mal?”.
En este periodismo de vida, hoy te conté el caso de Alfredo, pero como te dije al iniciar, tú también podrías tener un caso similar en casa. En México, el 70% de la población consume alcohol, y de estos el 20% lo hacen de manera excesiva.
Según la Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco 2016-2017, en los Centros de Tratamiento y Rehabilitación no gubernamental las personas que reportaron tener problemas con su forma de beber, el 64.7% refirió no tener estudios. El 50% tenía estudios de primaria; el 39.9% secundaria, para quienes estudiaron bachillerato la cifra se incrementó en 45.8%, nivel licenciatura 60.3% y a nivel posgrado 65.8%.
Los Centros de Integración Juvenil reportaron que de los 480 mil embarazos que se han dado en los últimos años en jóvenes de 19 años o menos, están relacionados con el consumo de alcohol.
Con la historia de Alfredo que te conté hoy y los datos que te acabo de dar, te pregunto a ti que me escuchas en ¡Qué tal, Fernanda!: ¿Qué tanto conoces a tus hijos, a tus sobrinos, a tus alumnos? ¿Estás seguro de que no consumen alcohol o qué tanto lo hacen? Escríbeme a las redes sociales de QTF y comparte tus opiniones.
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