-“¿Ya sabes qué le vas a pedir a Santa Claus?”, le pregunta Esther a su hijo Daniel.
El pequeño de 8 años deja de hacer su tarea, mira con una enorme sonrisa a su mamá, saca una carta de su mochila y se la entrega, contestándole muy en serio:
-“Aquí está mi carta. Pero es un secreto entre Santa y yo.”
Esther mira intrigada a Daniel y cuando éste continúa con su tarea, echa un vistazo discretamente a la carta que escribió el pequeño. Lee en silencio y de repente su cara se transforma. Piensa un momento y le dice preocupada a su hijo:
-“Oye, Dany… ¿Y qué tal si Santa no puede traerte lo que quieres? Ya ves que… a veces se le dificulta un poco porque son muchos niños en el mundo los que tiene que visitar en una sola noche.”
Daniel, sin interrumpir su tarea, contesta con mucha seguridad:
-“Santa no me va a quedar mal porque me he portado bien y siempre saco muy buenas calificaciones.”
Ante semejante argumento, Esther no puede hacer objeción alguna y sólo se queda pensativa un momento, mientras mira al pequeño con ternura.
Dos semanas después, en plena cena de Nochebuena, Daniel devora su plato con mucho entusiasmo. Sus papás lo miran sorprendidos y ahora es Esteban, su papá, quien se atreve a preguntarle:
-“¿Tienes mucha hambre, hijo?”
Daniel deja los cubiertos sobre la mesa y con una enorme sonrisa de oreja a oreja contesta:
-“No mucha, pero ya quiero que sea hora de dormir porque al rato llega Santa y quiero ver el regalo que le pedí.”
Esteban y Esther intercambian una mirada y contemplan con ternura a su hijo.
Finalmente, después de horas que parecieron años para Daniel, llega la mañana del 25 de diciembre. Daniel despierta primero que nadie, baja corriendo las escaleras hasta llegar al árbol de Navidad y se encuentra con una caja enorme que se mueve.
Sin embargo, en lugar de asustarse porque su regalo se mueva solo, Daniel rompe con ansiedad la envoltura y tiene frente a sus ojos lo que tanto esperaba: un perrito de apenas un par de meses.
Después de mucho pensarlo, Esther y Esteban le dieron el visto bueno a Santa para dejar en arbolito ese perro que tanto deseaba Daniel. La alegría del niño es inmensa y no se le despega a su nuevo amigo peludo, a quien bautiza con el nombre de Ringo.
Así pasa durante las dos semanas que aún le quedan de vacaciones a Daniel. Todos los días lo saca a pasear junto a Esther, le da de comer, vigila que su plato siempre tenga agua fresca, juega con él, limpia cuando se hace del baño y le enseña en dónde puede hacerlo, etc.
Pero una vez que regresa a la escuela, Daniel tiene menos tiempo para cuidar a Ringo. Esther y Esteban también regresan al trabajo y el pobre peludo pasa todas las mañanas solo en casa.
En las tardes, entre las tareas de Daniel y que Esther y Esteban llegan ya muy cansados, a veces ya ni sacan a pasear a Ringo y cuando él intenta jugar con su familia humana, ellos prefieren sacarlo al patio para que los deje descansar.
Conforme pasa el tiempo y Ringo deja de ser un cachorrito y triplica su tamaño, ya no es tan divertido que se suba a los sillones o se duerma en la cama con Daniel. A Esther le molesta que muerda sus zapatos y Esteban se queja de encontrar pelos en los muebles.
Hay días en los que Daniel tiene mucha tarea o se queda en la escuela hasta tarde en actividades extra escolares y no hay alguien que pueda jugar con Ringo. Como todo perro, Ringo necesita jugar para gastar su energía o se pone a morder cosas y hace destrozos en la casa.
Entonces, después de varios días discutiendo, Esther y Esteban llegan a una decisión: Ringo se tiene que ir de la casa. Pese al entusiasmo con el que Daniel lo esperó, sus papás se dan cuenta que es demasiado pequeño para tener una responsabilidad así.
Una tarde, al llegar del colegio, Daniel se encuentra con la triste noticia de que Ringo tuvo que irse a un centro canino donde con suerte encontrará otros dueños que sí puedan cuidarlo.
La triste realidad es que Ringo será uno de los 160 mil perros que serán sacrificados en uno de estos centros cuando al cabo de unos meses no encuentre quien lo adopte o se contagie de alguna enfermedad como parvovirus o parasitosis.
En este periodismo de vida y a propósito de estas fechas que se acercan como Navidad y Reyes Magos, te conté la historia de Ringo para reflexionar sobre lo perjudicial que puede ser regalar una mascota cuando ni los niños ni la familia están preparados para una responsabilidad tan grande.
Diciembre y enero son meses durante los cuales aumentan las cifras de perros que son comprados como regalo para niños y adultos. Algo que de entrada ya es un grave problema porque el comercio canino origina que se explote de manera cruel a las perras para vender a sus cachorros.
Y si además tomamos en cuenta que el 70% de los perros en México están en situación de calle o en albergues, la idea de comprar es absurda. Pues bien podemos brindar una oportunidad de vivir a muchos de esos perritos que mueren en la calle o sacrificados.
Perros que en la gran mayoría de los casos fueron también un regalo y al paso del tiempo fueron abandonados en un centro canino o peor aún, echados a la calle o abandonados en alguna carretera.
Es un tema muy grave por varias razones:
En México se estima que existen cerca de 23 millones de perros, de los cuales más de 160 mil están en la calle. Lo que nos ubica en el primer lugar de Latinoamérica con mayor población de perros callejeros.
La primera razón de esto es que por descuido o negligencia, los perros terminan saliéndose de la casa o escapando después de ser asustados por algo en la calle mientras los pasean y no llevan correa. Situación que se agrava aún más cuando las perras no son esterilizadas y si llegan a sobrevivir en las calles, se reproducen y éstas a su vez tienen una nueva camada de perritos.
Estos perros callejeros, además de encontrarse expuestos al clima y al hambre, también son víctima de maltrato animal cuando son golpeados por la gente en su intento de buscar comida o un lugar para refugiarse. Sin contar con los que son atropellados y no reciben atención médica.
Y si piensas que llevarlos a un albergue es la solución, te doy estas cifras:
De cada 10 perros que llegan a los centros caninos públicos, 9 son sacrificados. Tan sólo en la Ciudad de México se sacrifican alrededor de 10 mil perros cada mes.
Pero si todavía alguien piensa que esto no le afecta porque ni tiene perros ni piensa comprar o adoptar uno, déjame decirte que los perros en situación de calle generan cerca de 700 toneladas de heces fecales al día. Y estos desechos afectan la salud de los seres humanos por las más de 100 enfermedades que provocan.
En serio, hay que pensar muy bien antes de regalar una mascota en estas fechas o en cualquier momento. Debe ser una decisión de toda la familia y saber que así como pueden ser amorosos y dar muchas horas de diversión, también necesitan atención y cuidados siempre.
Y si tomas la decisión de integrar uno de estos peludos a tu vida, antes de comprar, mejor adopta a uno de los 160 mil que necesitan un hogar donde los quieran y protejan.
En este periodismo de vida la pregunta va dirigida a todos los que han adoptado un perrito. Escríbeme a las redes sociales de QTF y cuéntame cómo ha sido tu vida desde que llegó a tu lado uno de estos peludos.
Hola, soy Fernanda Familiar, Fer para ti.
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