La leyenda del Popocatépetl

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A 43 kilómetros de Puebla, justo en el centro del país, se localiza un enorme volcán que a 5 mil 500 metros de altura sobre el nivel del mar contempla desde hace más de 600 años el correr del tiempo, los días y las noches, las lluvias y los atardeceres…

Su historia comienza cuando los habitantes de Aztlán inician su peregrinar hasta fundar la ciudad de Tenochtitlán y se convierten en el pueblo azteca, el gran dominador de buena parte de la región conocida como Mesoamérica.

Los demás pueblos que conviven con ellos tienen la obligación de entregarles ofrendas constantemente a manera de tributo. Situación por la que también son odiados, pero temidos al mismo tiempo.

Cansado de ser un esclavo de los adoradores de Quetzalcóatl, el cacique de Tlaxcala comienza una feroz lucha contra los aztecas con la esperanza de liberar a su gente.

Pero resulta que este señor tlaxcalteca es padre de una bellísima joven llamada Iztaccíhuatl. Tan hermosa y tan encantadora es la princesa, que el día que nace los dioses permanecen horas admirando su hermosura.

Dicen que incluso al caminar entre las flores del campo, éstas también voltean para admirar a Iztaccíhuatl.

Al crecer, la princesa conoce por casualidad al guerrero más valiente de los tlaxcaltecas, de nombre Popocatépetl. Ambos se miran por primera vez y quedan perdidamente enamorados.

Aprovechando la guerra contra los aztecas, Popocatépetl habla con el cacique y le pide la mano de su hija en matrimonio. Lo cual acepta el padre de la princesa, con una sola condición: que Popocatépetl regrese victorioso de la batalla.

A los 2 meses, los guerreros que volvían mal heridos empiezan a esparcir el rumor de que el valiente Popocatépetl ha sido asesinado por los soldados aztecas.

Cuando finalmente se entera de esto Ia princesa, siente como si el corazón se le quebrara en mil pedazos. Perdiendo así todo ánimo para seguir viviendo en este mundo donde ya no respira su gran amor.

Ni los ruegos de su padre, ni todos los cuidados de los hechiceros tlaxcaltecas consiguen que la princesa recobre la fuerza de antes y su salud empeora día con día, hasta que una mañana fallece por la infinita tristeza que alberga su pecho.

Semanas más tarde, Popocatépetl regresa, tal y como lo prometió: victorioso y listo para casarse con Iztaccíhuatl. Pero su felicidad se convierte en llanto al saber que su amada yace sobre un lecho de flores, sin vida.

Por extraño que parezca, el cuerpo de la princesa permanece sin huellas de putrefacción, como si estuviera dormida. Casi como si esperara el regreso de su prometido.

Popocatépetl es ascendido al grado de general y ordena a sus guerreros que construyan un altar monumental donde pueda velar a su querida princesa.

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10 losas de piedra pulida son colocadas una sobre otra, para que la bella joven quede como si estuviera en un pedestal. A donde Popocatépetl la lleva cargando hasta la cima y la deposita con cuidado.

Después de darle un beso en la frente y de bañar su rostro con sus lágrimas, el guerrero se dispone a bajar de regreso. Pero hay algo que le impide marcharse, y encendiendo una antorcha se arrodilla a un lado de la princesa para velarla.

Así pasan las horas, que se convierten en días y los días en semanas. Tiempo durante el cual la antorcha permanece encendida hasta que llega el invierno y la nieve apaga el fuego. Esa misma nieve que cubre sus cuerpos poco a poco.

Sorpresivamente, una mañana al salir el sol, los cuerpos de Iztaccíhuatl y Popocatépetl estaban convertidos en volcanes. Dicen que por obra de los dioses para mantenerlos unidos para toda la eternidad.

Incluso en nuestros días, los pobladores de las faldas del Popocatépetl aseguran que los restos de lava que emergen del cráter provienen de los latidos de su corazón que aún se encuentra enamorado de la princesa.

En este periodismo de vida, hoy que transmitimos desde Puebla ¡Qué tal, Fernanda!, te conté la leyenda del Popocatépetl y el Iztaccíhuatl. Volcanes que tenemos a unos kilómetros de distancia y que enmarcan una maravillosa vista para los que vivimos en la Ciudad de México, en Puebla, en Morelos o Tlaxcala.

La palabra Popocatépetl proviene del náhuatl “popoca”, que significa humear y de “tepetl” que significa cerro. Es decir, “el cerro que humea”.

Este volcán de forma cónica simétrica está unido por la parte norte con el Iztaccíhuatl por medio de un paso montañoso conocido como Paso de Cortés. Cerca de la boca del cono hay glaciares y es el segundo volcán más alto de México.

Según estudios paleomagnéticos, el también conocido como “don Goyo” tiene una edad aproximada de 730 mil años. Con un diámetro de 25 kilómetros, la distancia entre las paredes de su cráter varía entre los 660 y los 840 metros.

Don Goyo estuvo en reposo hasta el año 1991, cuando se incrementa su actividad y en 1993 las fumarolas son visibles desde distancias de alrededor de 50 kilómetros.

Pero es a partir de 1997 que una serie de erupciones comienzan a presentarse con regularidad. La más violenta ocurre en el año 2000 y la última fue la de la madrugada del 18 de abril de 2016, apenas el año pasado.

Por todo esto es que el Popocatépetl es uno de los volcanes más monitoreados del mundo y también de los más peligrosos, pues una erupción desastrosa podría ser mortal para 26 millones de personas cercanas a él.

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A pesar de que el acceso está restringido al público en general, los amantes de la naturaleza pueden visitar el Parque Nacional Iztaccíhuatl-Popocatépetl, para realizar ciclismo de montaña y alpinismo. Y en esas caminatas no será difícil encontrar venados de cola blanca, conejos, zorrillos y ardillas, sobre todo en los meses de noviembre a marzo.

Para los que no son mucho de disfrutar la naturaleza, por lo menos sí es un lujo vivir en alguno de los estados colindantes y ver a este par de volcanes todos los días. Más cuando la contaminación nos lo permite y vemos esa cumbre de don Goyo cubierta de nieve.

¿Cuántos de los que me escuchan hoy ven desde su casa o desde su trabajo a estos dos amantes que se convirtieron en volcanes?

Escribe a las redes sociales de QTF y si puedes mandar una foto de don Goyo, mucho mejor.

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