En las rejas del Palacio de Buckingham, la multitud grita emocionada cuando las puertas del balcón se abren.
Con paso lento, pero firme, Isabel avanza y saluda a su pueblo. Levanta ligeramente la mano derecha. Sus guantes blancos resaltan frente al vestido y sombrero verdes que hoy decidió usar la reina.
Londres festeja los 90 años de su reina, la reina con más tiempo en el trono del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, en los más de mil años de existencia de la monarquía británica.
Atrás de Isabel también sale la familia real al balcón.
A su derecha, como lo dicta el protocolo, se coloca el Príncipe William, acompañado de su esposa Kate Middleton, duquesa de Cambridge y sus hijos George y Charlotte.
El desfile aéreo militar comienza. Plebeyos y nobles miran hacia el cielo, sonriendo.
De repente, el Príncipe William siente un tirón del saco. Baja la mirada y se encuentra con el pequeño George, que le pregunta:
-“¿Por qué son tan chicos esos aviones, papá?”
El Príncipe William se agacha y le contesta cariñoso:
-“Se llaman aviones caza de la Fuerza Aérea Real. No son para llevar a la gente de un lugar a otro, sino del ejército para proteger nuestra nación.”
La Reina Isabel mira fijamente a William y al darse cuenta que sigue agachado, le dice enérgicamente y en voz bastante alta:
-“¡Párate, William!”
A sus 33 años, el Príncipe William sabe que debe obedecer a su abuela y soberana, por lo que se levanta de inmediato.
El protocolo indica que ningún miembro de la realeza puede estar agachado en ese momento.
Sin embargo, William lleva la sangre de Diana de Gales, y tanto él como su esposa Kate han empezado a cambiar muchas de esas reglas y costumbres. Empezando por la manera de educar a sus hijos y por eso es que William habla con el pequeño George a la misma altura.
En el periodismo de vida de hoy, revivimos lo que efectivamente sucedió el 21 de abril del año pasado, cuando la Reina Isabel Segunda cumplió 90 años.
Y es importante recordarlo no por la reina, sino por este hecho en particular que despertó la atención del mundo: ver al Príncipe William agachado, mientras habla con su hijo George. Algo que no era la primera vez que ocurría.
¿La razón?
Algo de lo que hoy en día se habla con frecuencia y se llama: Educación consciente.
Este tipo de educación es una práctica que se realiza a diario e implica aprender a darnos cuenta de lo que está sucediendo en todo momento. Darse cuenta de esto es entrar en contacto con el aquí y el ahora.
El proceso incluye llevar la atención hacia el exterior, es decir, lo que el niño piensa o hace, pero también lo que siente o necesita. Y hacia el interior: lo que yo hago, pienso, siento y necesito.
En la educación tradicional sólo se ve lo que hace el otro y se quiere cambiar. Se observa la conducta del niño y se piensa cómo hacer que ésta cese, cambie o mejore.
¿Qué pasa, entonces? Se recurre a castigos, amenazas y manipulaciones con premios o promesas. En realidad, se les dice a los niños insistentemente lo que deben hacer o por qué se quiere que lo hagan, con promesas que parten de la persuasión y a veces del engaño.
Lo preocupante es que de esta manera, se daña la conexión entre los papás y los hijos, porque esas medidas no se basan en una relación de apego, confianza o respeto mutuo. Sólo se busca que los niños sean obedientes.
Para los promotores de la educación consciente, los niños obedientes no piensan, no cuestionan, no se preguntan, no interrumpen, ni resuelven problemas porque sólo hacen lo que se les ordena. Al convencerlos, se les quita la capacidad de buscar sus valores y confiar en su criterio.
Por el contrario, el método consciente conecta con sus sentimientos y las necesidades que hay detrás de la conducta, para darse cuenta de por qué el niño se comporta de una manera determinada.
Los niños siempre tienen un motivo legítimo para hacer lo que hacen. Comprender esa motivación facilita encontrar cuál es el límite adecuado que hay que poner en su educación.
Si nos conectamos realmente con los niños, podemos ayudarlos a canalizar mejor lo que sienten, buscando juntos alternativas que satisfagan sus necesidades.
La mejor manera de tratar a un niño es hacerlo como nos gustaría que nos traten también. De esta manera podemos esperar que el niño nos trate con respeto.
Esta es la explicación de por qué el Príncipe William se agacha para platicar con su hijo George. Se dirige a él fuera de una posición superior. Se pone a su altura, lo mira a los ojos y se toma el tiempo para responder sus preguntas.
Algo que no es nuevo, puesto que ya vimos que lo hizo en el bautismo de su hija Charlotte y también en la reunión donde conoció al ex presidente de los Estados Unidos, Barack Obama.
Sin duda, es un tema que da mucho de qué hablar y son varias las opiniones que se han originado. Ya que también están los que defienden todo lo contrario y dicen que mostrar autoridad frente a los hijos implica estar por encima de ellos.
Por eso hoy te pido que me escribas a las redes sociales de QTF y me digas qué opinas. ¿Estás a favor de esta nueva “educación consciente” o crees que hay otros métodos más efectivos para educar a los hijos?
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