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Vicente espera con ansiedad que cambie la luz del semáforo.

El tráfico esa mañana es terrible.

A su lado, en el asiento del copiloto, Susana lleva más de 25 minutos hablando de cómo quiere su nuevo uniforme.

Por fin, la luz cambia al verde. Avanzan.

Un grito de Susana regresa a la realidad a Vicente: “¡Papá, no me estás escuchando!”.

Susana tiene razón.

Desde que salieron de casa, Vicente ha manejado con destreza, pero con la mente ocupada, haciendo cálculos de cómo pagará el dichoso uniforme.

Lo que para Susana significa estrenar un uniforme de gala, otro para los demás días de la semana y el deportivo para la clase de Educación Física, para Vicente sólo se traduce en dos palabras: deuda bancaria.

Sí… Porque Susana pertenece a esos 5 millones de estudiantes en México que asisten a una escuela privada, donde al igual que en muchas públicas, se les exige un uniforme oficial.

Al llegar al colegio, Susana corre hasta el vestíbulo donde se han colocado mesas con las distintas tallas y modelos de los uniformes. Vicente camina con más lentitud, sudando casi frío.

Y claro, este año se modificó el escudo y se agregaron grecas en el suéter, por lo que todos los alumnos tienen que comprar uno nuevo, aunque el del año pasado aún esté en buenas condiciones.

Las calcetas, que también ha visto en el supermercado a un costo de 50 pesos, Vicente debe comprarlas en el colegio porque llevan bordado el logotipo de la escuela. Aparte de ese detalle, está el costo. Ese bordado le cuesta a Vicente 70 pesos más. Es decir, más del doble por un par de calcetas.

El suéter, más la camisa de gala, otra sport, dos faldas, un short, dos pares de calcetas y el pants… suman un total de 3 mil 756 pesos.

Vicente recibe la bolsa con la ropa y extiende su tarjeta de crédito para pagar.

Es imposible que lo haga de otra manera, porque además de esa suma, tiene que pagar 2 mil 500 del servicio de comedor y una colegiatura de más de 5 mil pesos.

Susana se despide contenta de Vicente, mientras él piensa en las benditas calcetas. Habrá que comprar otras en menos de tres meses y aún no terminará de pagar esa deuda al banco.

En los distintos Estados de la República Mexicana existen apoyos para la compra de útiles y uniformes escolares, que benefician a los alumnos inscritos en escuelas públicas.

Este año, el Gobierno de Sinaloa destinó 110 millones de pesos para los 540 mil 514 alumnos que pertenecen al sistema de educación pública estatal.

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El Gobierno de Hidalgo destinó 74 millones 600 mil pesos, únicamente para el programa de uniformes gratuitos, para estudiantes de secundarias generales, técnicas y telesecundarias.

Javier Luévano Núñez, Secretario General del Gobierno de Aguascalientes, anunció la inversión de 40 millones de pesos para la entrega de 261 mil 349 uniformes a estudiantes de preescolar, primaria y secundaria.

El Gobierno de la Ciudad de México benefició a 1 millón 250 mil alumnos, mediante la entrega de vales electrónicos. También para la compra de útiles y uniformes.

¿Y qué pasa con los padres que hacen un enorme sacrificio para inscribir a sus hijos en un colegio privado? ¿Qué pasa contigo que eres papá, mamá? Que trabajas todos los días con la ilusión de brindar a tus hijos una educación integral en alguno de los muchos colegios privados de nuestro país.

¿Qué pasa con Vicente, un padre de familia que gana lo necesario para mantener a su familia, pero que tiene que endeudarse, por lo menos una vez al año? Cuando la escuela privada le pide comprar nuevos uniformes, comprar unas calcetas de 120 pesos por un logotipo bordado, un suéter nuevo por una greca en el hombro.

Pasa lo que, desafortunadamente, muchos padres tenemos que aguantar con tal de brindar a nuestros hijos una mejor educación… En muchos casos, mayores oportunidades para su futuro… Trabajar más y más, para pagar todos esos gastos.

Trabajar como locos para garantizar que puedan llegar a clase sin recibir notificaciones donde les “sugieren” a los padres que compren el uniforme.

¿Pero saben algo? Esto, que también ocurre en muchísimas escuelas públicas, a pesar de que ya se ha prohibido, es un abuso. Es algo que la Secretaría de Educación Pública y la Profeco llevan vigilando que no ocurra desde el año pasado.

Ninguna escuela pública o privada puede condicionar la inscripción y la impartición de clases a la compra de uniformes o útiles en el mismo plantel.

Como madre, entiendo tu preocupación por darle a tus hijos lo mejor, por asegurar en medida de lo posible su futuro, por garantizar su formación profesional. Como madre, entiendo tu preocupación por hacer magia con el dinero que ganas.

Te entiendo a ti, mamá, papá. Y porque te entiendo es que te digo esto: Ya basta de permitir estos abusos. Tenemos una voz que podemos alzar y exigirle a las autoridades que nos protejan. Que nos ayuden.

Es momento de decirle a los directivos de esos colegios privados, que la educación en estos momentos, en este país y frente a lo que estamos viviendo en el mundo, ya no es un lujo. Es una necesidad.

Que todos estamos dispuestos a echarle ganas, a trabajar mucho, lo que sea para darles lo mejor a nuestros hijos. Pero que unas calcetas de 120 pesos, no son tan importantes como comprar un libro, como comprar una despensa para enviar a esos niños bien alimentados al colegio.

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Todos queremos lo mejor, todos nos preocupamos por el futuro, por saber que cuando ya no estemos, esos niños que dejamos en este mundo sabrán salir adelante. Todos somos parte de una comunidad, donde lo que te importa a ti, me importa a mí.

Todos queremos un México de hombres y mujeres preparados, que cambien lo que está mal, que mejoren esta sociedad. Todos queremos un país donde hoy, como ayer, y mañana, podamos decir que somos más los buenos.

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Hola, soy Fernanda Familiar, Fer para ti.

Esta es tu casa digital, donde para mí es un placer recibirte para informarte de contenidos actuales, noticias y muchas historias, mismas por las que me llaman: la ’periodista de vida’.

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Mi día a día es una locura: voy del programa de radio en Grupo Imagen, a encontrarme con miles de personas en una conferencia, grabo los Fernanda Talks Home, atiendo mi casa y a mis hijos; de ahí a dar una plática para una empresa, entrevistar a alguien, escribir un poco para editar otro libro... Alguna vez me dijo Héctor Bonilla que yo me había tragado una turbina, y ¡sí! Vivo intensamente feliz a este ritmo, desde hace más de 30 años y, lo mejor, es que todavía tengo mucho que aprender, mucho por hacer, decir y compartir contigo.

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