Un niño llamado Ángel, que resultó ser uno de verdad

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¡Llegó un Ángel!

Cuando el pequeño Ángel Ceferino nació, su mamá le puso así en honor de su abuelo paterno y de José Ceferino, el papá del niño.

El primero nombre del niño era fue Ángel y su mamá Margarita le puso así porque los doctores les habían dicho que el chamaco no se iba a lograr, pues había nacido de poco menos de siete meses… los doctores se habían equivocado.

Cuando el pequeño Ángel Ceferino tenía un año de nacido, una noche de octubre llegaron a tocar a la casa, el despertó por los fuertes toquidos a la puerta, se sentó en el petate en el que dormía y todavía adormilado, escuchó el grito y el llanto de su madre.

—¡No por favor!… ¡Mi Ceferino no, por favor!… ¿Por qué Dios mío, por qué? –gritaba desconsolada Margarita.

José Ceferino había muerto cuando intentaba junto con otros compañeros, bajar un caballo de un remolque, el caballo no respondía y una de las cuerdas se atoró y al intentar arreglar el asunto, Ceferino fue recibido por una poderosa coz del caballo en el mero pecho.

— Nomás cayó y ya no se movió, le echamos agua en la cara, hasta lo tratamos de reanimar untándole sotol en la nuca, en el pecho, pero nomás no respondió, cuando el veterinario llegó nos dijo que ya no había nada que hacer Margarita… En verdad lo sentimos mucho –Dijo Neto el caballerango del rancho en el que Ceferino trabajaba.

Margarita cada vez escuchaba menos, luego nada, luego ella estaba cayendo en un pozo profundo, y negro.

Como las moscas a la miel.

Después de la muerte de su esposo, Margarita lavaba y planchaba ajeno, zurcía camisas, pantalones y pegaba botones, no sabía hacer otra cosa, bueno, limpiar casas también, pero no la querían porque traía a todas partes a su niño, y eso no le gustaba a las patronas.

Para esas fechas a Margarita la pretendía Santiago al que todos en el rancho conocían como “el Chango”, es más, cuando a su familia le preguntaban por Santiago, ya ni ellos se acordaban que así se llamaba, pues el apodo se lo había puesto su mismo papá desde que nació.

— Este está prieto y peludo como chango… ¿edá chango? –fue lo primero que dijo su papá al verlo y así se le quedó.

Finalmente quizá por la situación económica, por soledad o vayan ustedes a saber, pero al poco tiempo Margarita y Santiago ya vivían juntos, la mamá de ella fue la que más la presionó para esa unión.

— Ándale, aunque sea arrejúntense, ¿pos que andas haciendo tu sola con el chamaco?… Mira Margarita que ya no eres una chamaca, ya pasas de veinte años, y a esa edad ya no es fácil que te pretendan, y menos con equipaje.

Y como decía Don Rómulo: “Las desgracias nunca llegan juntas, son como las moscas donde hay una, llegan más”, cuando Santiago llegó a la vida de Margarita, con él también llegaron los gritos, los insultos y hasta los golpes.

El pequeño Ángel Ceferino sufría enormemente al ver a su madre en esa situación y luego, sufrió más, pues Margarita se embarazó de nuevo, Santiago optó por dejar de trabajar, “al cabo mi vieja saca buena lana lavando y planchando” –decía cínicamente a sus amigos.

El dinero que Margarita ganaba le servía para dos cosas, para mal comer y para que Santiago se fuera a tomar con sus amigos en la cantina, pero como ya no alcanzaba, entonces “le propuso” que se fuera a limpiar casas de las señoras de las haciendas, al cabo él le iba a cuidar al chamaco.

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Así, nuevamente embarazada, ahora de su nueva pareja, Margarita siguió lavando, planchando y limpiando casas, pero eso sí, la mamá de ella ya estaba orgullosa de que su hija no estaba sola y no era “una quedada”.

Bajo la luz de un quinqué

Una noche, Margarita tuvo que irse a la casa de la patrona para servir las mesas, tendrían boda y la necesitaban, ella tenía que trabajar más porque ya había un miembro nuevo en la familia y los gastos eran mayores, además si no iba, seguro la corrían y no se podía permitir eso.

— Esta noche no te vayas por favor Santiago, no me vayas a dejar a los niños solos, por lo que más quieras, que al cabo ya mañana te irás con tus amigos y…

—¡Ya cállate mujer!, vete de una vez antes de que me arrepienta de estar de niñera de estos dos que ya me tienen hasta la m…

—¡Santiago!, son tus hijos, ¿cómo puedes…? –dijo suplicando.

—¡Nomás uno mujer!, nomás uno.

— Cuando me conociste me prometiste que lo ibas a querer como si fuera tuyo.

— Pos nomás lo prometí, a ver, ¿te lo juré por mi santa madrecita o por Diosito Santo?

— No, pos no.

— Ahí está, no juré, nomás prometí, como los políticos que prometen y no cumplen y hasta andan votando por ellos de nuevo… ¡Que te largues te digo!

Margarita salió llorando con el corazón partido a la mitad, mientras le retumbaban las palabras de su madre en la cabeza: “y a esa edad ya no es fácil que te pretendan, y menos con equipaje”, mientras ella pensaba: “ora si amá, ya estarás contenta de que no sea una quedada”.

La fiesta estaba en todo su apogeo, había baile, un grupo de polka, un trío y unos señores aburridos que nomás tocaron el violín en el brindis, la cena y cuando los otros músicos descansaban.

De pronto, en el balcón grande, se escuchó a algunos de los invitados:

—¿Qué es lo que se quema de aquel lado?

— Parece como un potrero.

— Es como una casita ¿Qué no?

—¿Por dónde? –preguntó una señora de edad.

— Por allá mire, al final de aquel camino de árboles ¿ya vio?

La gente comenzó a murmurar sobre lo que sucedía, la servidumbre estaba absorta preparando, sirviendo, recogiendo las mesas, llevando y trayendo, en fin.

Mayela una regordeta cocinera que había salido a poner unos pays de manzana en la mesa de los postres, se acercó curiosa a ver de lo que comentaban, apenas vio y gritó tan fuerte que hasta a algunos de los invitados se les cayó la copa con la bebida.

—¡Margarita, Margaritaaaa!, ven corre, ¡que alguien le hable a Margarita!

Vayan ustedes a saber si Margarita la escuchó o alguien le avisó, pero Margarita llegó al balcón y la sangre se le fue a los pies, se puso blanca como una vela y sudó más que frío, eso que se quemaba, no era un potrero, era su casita de madera.

Uno de los meseros salió corriendo junto a ella, uno de los caballerangos tomó una de las camionetas sin permiso de sus patrones para llevarla, y salieron a toda prisa.

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Cuando llegaron, ya quedaba poco de la casita, todavía ardían algunas maderas, todavía no se detenía la camioneta y Margarita ya estaba abriendo la puerta para bajarse, se abrió paso entre los curiosos y los policías rurales que habían llegado antes.

Margarita, gritando de dolor, intentó entrar a los escombros que todavía ardían, pero entre dos personas la detuvieron.

— Lo sentimos mucho señora, no pudimos hacer nada –dijo un policía- cuando llegamos esto era un infierno

Los gritos de Margarita hicieron que la piel, al alma de los presentes de erizaran

—¡Noooo, Dios mío, mis hijitos nooooo! –gritó hincada en el suelo y jalándose el cabello.

Luego, con la frente en el polvo le pidió perdón a sus hijos por haberlos dejados ahí, entonces, en medio de la noche, se escuchó el llanto de un bebé… ¿podría ser cierto? ¿Se estaba volviendo loca?

—¡Allá, allá se escucha un niño!… ¡Echen las luces para acá! – gritó Sóstenes, uno de los policías.

Con las camionetas aluzaron por dónde venía el sonido del bebé, cuando los policías se acercaron con las lámparas de velador, pudieron ver al pequeño Ángel abrazando a su hermanito, protegiéndolo.

— Hijitos, hijitos de mi alma, mis muchachitos… ¡Gracias Dios mío por el milagro! ¡Gracias, Señor por tu misericordia – gritaba Margarita con la garganta desgarrada!

Algunos decían que el incendio había sido provocado por el quinqué se había caído, que seguro había sido el borracho de Santiago, otros aseguraban que el hombre se había quedado dormido borracho con un cigarro encendido, pero la verdad de todo esto, es que Angelito había salvado del incendio a su pequeño hermano.

Nadie reclamó el cuerpo de Santiago, ni Margarita, por lo que fue llevado a la fosa común.

Margarita y sus dos hijos se fueron a vivir a un cuartito de la casa de una de las patronas, quien le prometió darle trabajo de planta a ella y estudio a sus hijos hasta la secundaria.

Y como decía la abuela, Hay dolores en la vida que son como los partos, siempre está el dolor, la incertidumbre y el miedo, pero no son para siempre, y al final lo que llega es algo bueno por que vivir.

 

Foto: freeimages

 

¡Hasta la próxima semana!

 

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Me gusta la comida de la Abuela Licha, pero no sus bastonazos. #MiAbuelaEsMiTroll

Eterno admirador de las mujeres y de mi vecinita que acá entre nos, se parece a Salmita Hayek.

Hablo latí­n, latón y lámina acanalada.

Me invitaron a la última pelí­cula de Quentin Tarantino pero no traí­a para la entrada, además no me gusta la sangre, por eso mejor me fui a comprar unos tacos de tripitas.

Si esperas encontrar alguien que escriba bien y bonito, ya te fregaste...yo no'más cuento historias.