Hay que disfrutarlo todo

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Como me supongo que muchos de ustedes, despido el año con emociones encontradas. Tuve momentos de una gran alegría, compartidos con seres muy queridos. Viajé a “tierras exóticas” como dicen en los cuentos, y literalmente en globo. Mi trabajo me  dio grandes satisfacciones y nuevos logros. La salud propia y de mis familiares fue abundante, lo que quizás es lo más importante. En fin, fue un muy buen año.

Tengo la costumbre de apuntar en un cuadernito las cosas lindas de cada mes, de cada año, para que cuando me  sienta bajoneada pueda yo decir “no dramatices, fue un muy buen año.” Apunto, por ejemplo si fui al dentista a mi limpieza semestral, si tuve una comida con amigos entrañables, si compré un cuadro nuevo para la sala y escribí un nuevo artículo para un libro. Así, mes con mes, hago un recuento. Algunos meses incluyen viajes o celebraciones más relevantes, o adquisiciones  mayores que implicaron la suma de grandes esfuerzos por mi parte. Otros traen también malos recuerdos y desencuentros. Todo va en mi cuadernito, cada detalle. Resumido, sólo palabras importantes con palomitas o flechas hacia arriba, o hacia abajo, caritas sonrientes o tristes.

Tengo mi cuadernito hace muchos años. El primero me lo regaló mi amiga Pilar. Era plateado y se llamaba un IPAD (antes de que existiera el IPAD, así de avant garde es ella) y traía colgando una plumita roja. En ese anoté que ella, Pilar, era mi nueva amiga de ese año.  Al acabarse el espacio con los años continué en un libro que me regaló Nelly, con chaquiritas y “chinguijuelas” de colores, que me encanta y siempre tengo en mi consultorio. Ahí me tocó anotar el viaje que ella y yo hicimos con nuestra prole por Chiapas, acampando en la selva y kayaqueando  por los ríos, entre sitos arqueológicos y comunidades indígenas, hasta que los mosquitos se hartaron de nosotras.

Me gusta apuntar las cosas porque creo que tenemos la tendencia de olvidar lo bueno y centrarnos en lo malo cuando se trata de valorar nuestros propios logros, y la vida que vamos armando. Nos es muy fácil tirar en saco roto el esfuerzo que ha implicado llegar hasta donde estamos. Cada paciente con el que trabajo es fruto de años de estudio y compromiso; mis hijas son la representación de mi presencia, mi chofereada, mi disciplina y mi estructura; cada cariño lo he cultivado con esmero… en fin, uno debe mirar hacia atrás, hacia el camino recorrido y darse una palmadita en el hombro (o mejor aún, brindar, brindar mucho).

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El otro día le preguntaba a una amiga que cómo iba su nueva relación de pareja y ella me contestó: “buahh, difícil, complicada, pero bueno, hay que disfrutar lo bueno.” Me chocó (me chocó porque me checó). No hay que disfrutar lo bueno, ¡hay que disfrutarlo todo! Lo que ella quiso decir es que la relación no es buena pero tiene sus momentos gloriosos, entonces hay que pasar los malos ratos para poder tener, de vez en vez, algún premio amoroso. Ya en este momento ella había cedido su capacidad de ser feliz, al otro. Esto quiere decir que a ella se le olvidó la vida magnífica que ella se había logrado construir con los años y que ahora estaba dispuesta a pasar por el malestar con esta pareja para poder tener  algunos momentos de pasión.

Ella no está del todo mal. Freud decía que la felicidad sólo se logra vivenciar en el contraste, esto es, en el diferencial entre esta y su contraparte, la infelicidad o el malestar. Y es cierto que el amor genera una sensación de plenitud difícil de igualar. Yo pienso que quizás la vida no vale nada si no podemos tener la certeza de poder vivir una pasión. En ello, en lo pasional, se nos puede ir la vida. No obstante, debemos siempre recordar que un buen amor se disfruta, no se sufre (aunque toda relación conlleve algunos momentos de sufrimiento).

A veces tengo la impresión que siempre vamos pasando por edades en las que justificamos que tengamos que sufrir para poder obtener satisfacciones. Los jóvenes no se dan cuenta que tienen el mundo a sus pies. Leyendo mis diarios de adolescente me encuentro con anotaciones que decían “Marco no me llamo, me quiero morir, la vida no vale nada…” etcétera, etcétera.  Hoy por hoy yo no sé ni quién es Marco, ni quién fue en ese caso. Y pensar que me quería morir por él… Por eso cuando algo me agobia pienso “¿qué pensaré de esto cuando tenga 80 años? ¿Me acordaré siquiera?”

Luego vienen las edades “de las metas”, los 20´s y 30´s. Que si uno tiene que terminar determinada carrera y el posgrado, o tener un trabajo en la escalonada corporativa, o casarse y tener un hijo, o de menos un departamento y un perro… ¡qué horror! Qué prisas, qué agobie y qué manera de siempre estarse flagelando por no haber cumplido con lo que se esperaba de uno.

Luego los 40´s con la evaluación del tiempo pasado, las nuevas movilizaciones emocionales, y el famoso “hay que disfrutar lo bueno”, como si nos dijéramos “¡pues ya qué!”. Y no, ni madres, no se vale. Pase lo que pase hay que disfrutarlo todo, con mucha más razón ahora que nos ha tomado tanto esfuerzo construir lo que somos, hacernos una vida entera, plena, nuestra, que ya se sostiene por sí misma y nos sostiene. Para este año que entra no me propondré consumar metas sino cumplir mis deseos (wishes). Me rodearé de gente que me inyecte energía, no que me la absorba; pensemos en divertirnos más, en coquetear un poco más con la vida, en no tomarnos las “desdichas” tan en serio, pero apuntemos en la memoria cada cosita que nos dio placer para nunca olvidar que este, el placer, es nuestro, nos pertenece, nosotros lo conseguimos por nuestros propios méritos y nadie en el mundo nos lo puede quitar o “dosificar” si no nos dejamos, así como nuestra capacidad de amar.

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Uno siempre responde con su vida entera a las preguntas más importantes. 

No importa lo que diga, no importa con qué palabras y con qué argumentos trate de defenderse.

Al final, al final de todo, uno responde a todas las preguntas con los hechos de su vida: a las preguntas que el mundo le ha hecho una y otra vez.  Las preguntas son éstas: ¿Quién eres?… ¿Qué has querido de verdad?… ¿A qué has sido fiel o infiel?…¿Con qué y con quién te has comportado con valentía o con cobardía?… Estas son las preguntas.  Uno responde como puede, diciendo la verdad o mintiendo: eso no importa.  Lo que sí importa es que uno al final responde con su vida entera.

 

                                                                                                                               Sandor Márai

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Psicoanalista y psicoterapeuta de adolescentes y adultos. Docente de posgrado y ex coordinadora del Doctorado de la Asociación Psicoanalí­tica Mexicana, por su interés en la investigación en temas relacionados al psicoanálisis. Autora de diversos escritos tanto académicos como de divulgación y dos libros: 'Mitos del Diván' y 'La compulsión de repetición: La transferencia como derivado de la pulsión de muerte en la obra de Freud.'

Coautora del libro "Misión imposible: cómo comunicarse con los adolescentes" junto con Martha Páramo Riestra de Editorial Grijalbo 2015